viernes, 28 de diciembre de 2007

La peor noticia

Otro atentado terrorista. En este han matado a Benazir Bhutto y con ello se han cargado una montonera de esperanzas que había en Pakistán de cara al futuro.
Seguramente han sido los mismos que conocemos bien. Están lanzados, no hay quien les pare. Son ejércitos de kamikazes del siglo XXI, si bien con una estética algo más precaria que la nipona. Pero con la fuerza que les da esa supuesta iluminación interior; como si estuvieran chutados de heroína.
Y lo peor es no saber cómo enfrentarnos a ellos. No sirven de nada las corazas que venden por ahí, por ejemplo la coraza de Samuel el Perverso, que achaca al Tío Sam todos los males habidos y por haber en el mundo y en parte de la galaxia.
Están lanzados. Y van ciegos. Están dispuestos a ir al cielo a costa nuestra. Y no pasa nada. Segundos antes de dar la noticia estaban entretenidos hablando de la candidatura de un "sindicalista" en las filas del PSOE, y minutos después se pusieron a hablar de los partidos de las selecciones de fútbol autonómicas. Dos noticias de alcance nanoscópico pero que, si nos ponemos a la altura de una cucaracha, pueden mostrar incluso cierto relieve.

lunes, 24 de diciembre de 2007

El tío Vania, Acto 3.º, págs. 194-197 (Cátedra 207)

-Ya estaba escrito, hace mucho tiempo -me dijo el viejo esta madrugada cuando regresaba de cenar en casa de mi madre.
-¿Qué estaba escrito, Señor? -le pregunté con un poco de sorna.
-El bosque retrocedía, y sigue retrocediendo. Ya lo sabíamos.
-Sí, pero la conciencia medioambiental surgió en los años 60 del pasado siglo...
-¿Conciencia? ¿Conciencia medioambiental? Ja... Ja, Ja, Ja... Pero, ¿qué dices, hijo? ¡Eso son pamplinas!
"Pobre viejo", pensé, "está delirando. Ayer me dijo que echaba de menos el vodka. Seguro que ha conseguido comprar una botella en alguna tienda de orientales, y le ha estado dando a la botella."
-Paz a los hombres de buena voluntad, y esto incluye buena voluntad hacia hombres, bestias, plantas, selvas, ríos, mares, montañas, penínsulas, istmos y continentes, hijo.
"Por qué me llamará hijo, ¿estará loco?"
-Hijo, ¿conoces la canción de Billy Joel, la del pianista borracho?
-Pues claro, Señor.
-Puedes llamarme Astrov. Pues yo fui Astrov un tiempo. Y traicioné mi mayor don. Pero en ese momento no me daba cuenta. Estaba fuera de mí. Por ella hubiera devastado el pueblo, hubiera matado a mis animales, hubiera quemado el bosque...
-Ahora hacen lo mismo por cosas parecidas -dije yo sin saber muy bien lo que quería decir. Mi cabeza estaba embotada con tanta comida y bebida.
-¿Sí? Pues fíjate, yo tengo fe en las mujeres. Quizá por ahí llegue la salvación. Por las mujeres y los niños. Los ancianos estamos perdidos, y no contamos.
"Pero, ¿qué dirá este viejo", pensé con ganas de irme a la cama ya. Pero no tuve que decirle nada.
Llevaba puesto un abrigo de astracán y un gorro ruso muy aparente. Me hizo un largo saludo militar:
-Anton Pávlovich Chejov, ¡salud! No creo que nos veamos en mucho tiempo. Suerte, hijo.
Sacó una botellita de vodka del abrigo, pegó un trago y con una carcajada estentórea salió de casa, dejándome de nuevo algo patidifuso. Me fui a la cama.
Esta mañana he encontrado una notita en la encimera de la cocina: El tío Vania, acto 3.º, páginas 194 a 197. Editorial Cátedra. Casualmente tengo ese libro...

jueves, 13 de diciembre de 2007

Escalofrío en el espinazo

El año pasado un amigo me comentó que estaba hasta las narices de Cervantes. Se encontraba con el insigne alcalaíno hasta en la sopa. Cualquier día temía encontrárselo, camino al trabajo y aún no del todo despierto, cruzando la carretera en su ya anciano Rocinante. De Sancho ni se hablaba; debía estar criando malvas o bebiendo vino de cartón en cualquier taberna… si aún quedan.
A mí me está pasando lo mismo este año con el cambio climático. Todos a una, los medios se han puesto de acuerdo. No hay noticiario en que no se hable de la catástrofe medioambiental que se nos avecina. Yo no temo ver a don Alonso Quijano, lo que temo es que mi chica, la que guardo en el congelador, empiece a sentir calor a causa del perverso efecto… ¡y más ropa no puede quitarse! ¡Qué haré, por todos los protocolos de Kyoto, qué haré entonces!
No me molesta demasiado que soben y resoben un tema hasta desgastarlo. Así es como funcionan los medios de comunicación. Las noticias son un producto más y las mareas de preferencias de consumo son definitivas en este como en muchos otros negocios; y ahora es uno de los temas que vende. Lo que me preocupa es la conversación que tuve esta mañana:
–No se enteran de nada. –me dijo mientras empapaba mi madalena en el té con leche.
–¿Y qué es ello, Señor? –le pregunté atónito, mientras, sin darme cuenta, se me caía la mitad del bollo en el líquido caliente.
–Hablan del presidente de no sé qué país como si fuera el culpable de todo esto. Y el culpable eres tú, ignorante, tú. Sí, y no me mires así, con cara de pavo.
–¿Pero, yo qué he hecho, Señor? –le miré aterrado–.
–¿Que qué has hecho, me preguntas? ¡Nacer, ingenuo, nacer! –y, dicho esto, se marchó. No he vuelto a verlo en todo el día. Pero me dejó una nota en el aparador que decía así:
“Querido amigo. Ha sido difícil, pero al final he tomado la decisión. Me voy a otro planeta. Ayer volví a oír en el noticiario de Radio Nacional que la culpa la tenía un tal George Bush, que apenas sé quién es. Todos hablan ahora del cambio climático. Yo vine a Madrid para una misión muy concreta: entrar en algunos despachos con la intención de mover los hilos que hicieran falta para salvar las docenas de osos que quedan en la cornisa cantábrica. ¿El oso pardo? –me preguntó una tal Cristina en no sé qué Ministerio– Pero, ¿el oso agrava o reduce el efecto invernadero?
Esto me hizo recordar que hace dos semanas me pasé por el río Yangtzé a ver la gran presa. Tenía unas cuantas entrevistas con jerarcas del Partido. Cuando les expuse mi opinión, me dijeron: Sí, es cierto, una masa de agua embalsada de este tamaño sí puede afectar el régimen local de lluvias, y a buen seguro alterará la flora y fauna de unos cuantos millones de hectáreas, pero hemos hecho cálculos y nos dieron el permiso internacional: ¡nuestra presa apenas influye en el cambio climático global! Fue entonces cuando me desvanecí. No sé si dejé alguna lágrima sobre la mesa.
De las selvas vírgenes de Borneo ni te hablo, ya me oíste ayer en la cena: están perdidas. Las plantaciones de cereales para fabricar biodiésel sustituyen a marchas forzadas las selvas autóctonas y el pobre orangután, con quien tuve una breve charla, solo se siente seguro en los Parques Nacionales. Están impartiéndoles un curso acelerado sobre cómo posar con elegancia ante los turistas. Ya sabes, cómo colgarse de modo armónico de las lianas, qué gestos hacer según la procedencia del turista, la conveniencia o no de soltar ventosidades, etcétera.
En fin, amigo, no te canso más. Me voy. No olvides que algunos países europeos consumen más energía primaria per cápita que los norteamericanos. No olvides que si Norteamérica genera más CO2 es porque allí vive la mayor masa de gente occidental. Los demás rincones del planeta donde habéis alcanzado un nivel de desarrollo equivalente no tenéis mucho de que presumir. Y las diferencias tienden a acortarse, recuérdalo. Fíjate estas Navidades en los centros comerciales, en las carreteras y en los restaurantes. No olvides que el consumo de combustible crece sin parar y a niveles muy superiores en Asia e incluso en algunos países sudamericanos, algo que puede convertir las cifras occidentales en un mero juego de niños. Tampoco olvides que muchos de los políticos que hablan del protocolo de Kyoto no saben de qué están hablando. O no imaginan las implicaciones que tiene o engañan a la población. Seguramente ambas cosas, por lo que he podido averiguar. No llores, sonríe cada vez que un periodista se indigna porque Estados Unidos no quiere firmar los protocolos esos, y acto seguido se lamenta de que la producción de automóviles no haya crecido todo lo que se esperaba. No llores, sonríe de nuevo cada vez que se ignora la viga en el propio ojo. Sonríe porque no entienden, hijo. No llores, sonríe cada vez que la gente se indigna y enfurece en cuanto se recorta un ápice cualquiera de las comodidades de que disfrutáis y, acto seguido, asienten satisfechas cada vez que oyen que el chivo expiatorio ha vuelto a negarse a firmar. Recuerda cómo se pone la gente en cuanto los interruptores mágicos de que disfrutáis no obedecen dándoos la luz, el calor o el movimiento esperado. Recuerda también el concepto tan latino de "buen tiempo". No entienden, hijo, no entienden.
Me voy ya. Suerte, quizá nos veamos pronto.”
Me quedé atónito, pero no hice mucho caso. A fin de cuentas, el Señor, como gustaba que yo le llamase, no es más que un pordiosero que encontré en la calle hace unos días y al que invité a cenar. El muy cara se quedó unas semanas conmigo. Reconozco que su conversación a veces era amena, y que me entretenía. Pero ya estaba bien. Me alegro de que no haya tenido que ponerle los puntos sobre las íes.
Hoy salí a la calle y olí un olor extraño. Un olor a humeante plástico sulfuroso. Un olor inquietante. Entré en la tienda de orientales de la esquina y compré un par de latas. Allí tenían a su niño recién nacido, en una cunita muy mona. Son amables, trabajan mucho. Eso sí, su tienda es un poco inhóspita. Pero al menos en verano tienen aire acondicionado.

La Tribuna (Manolerías/I)

De adolescente era perfecto. Su túnica ondeaba al viento y a su sombra daba cobijo a muchos niños y niñas, hombres y mujeres por hacer.

Joven ya, era animoso y exaltado. Su arco y sus flechas relucían, tensos, tersos y atrayentes... o al menos así se los imaginaba. El público le acompañaba; a ratos se alejaba, pero siempre retornaba a él, en ocasiones numeroso.

De hombre se ha construido una tribuna con aglomerado, escuadras y tirafondos. A ella se sube y desde ella lanza sus rayos. ¡A ti, a ti, al de más allá! Pero no suele ver mucha gente a su alrededor.

Eso sí, siempre está su amada. A su lado. Escuchando, paciente, sencilla, tranquila. El ombligo del mundo. El sitio de su recreo. Ahí dentro.

-¡Voy! -le oigo decir-.