jueves, 11 de noviembre de 2010

Sáhara Occidental, provincia núm. 53


¿Dónde quedó nuestra decencia? ¿Y los valores sagrados de esta raza tan alabada (por nosotros mismos, claro)? ¿Dónde fue a parar la vergüenza de abandonar a su suerte a un pueblo que tenía enfrente una masa fanática y un ejército bien pertrechado?

¿Qué hace España? Ir de la mano de EE.UU., a quien poco le importan las reivindicaciones, y de Francia, ajena a un pueblo que desconoce y contenta quizá de que un nuevo territorio haya caído en el área de influencia francófona. ¡Vaya par de buenos socios para este asunto!

Todo es tan deplorable que da náuseas. Solo creo en la gente de la calle que acoge a niños saharauis año tras año para evitarles la dureza del desierto en verano. Y en los que les ayudan de modo directo.

¡Fuera los bandidos alauitas del Sáhara!

www.saharalibre.es
www.saharaindependiente.org

lunes, 4 de octubre de 2010

No images are needed this time

Reivindico: el poder de la palabra bien trazada; la belleza del idioma materno, bien conocido y bien usado; la sutileza casi insondable de la frase compleja, si es preciso que lo sea; la hermosura de los libros que nos han legado tantas generaciones, al alcance de quien quiera tocarlos; la luz que puede llegar a despedir, en suma, el Verbo de titanio taladrante.

¿Pedante el parrafito, decís? Está bien, continúo:

Reniego de: el uso que se da al lenguaje en casi todos los medios de comunicación, casi siempre; las editoriales que sacan a la luz libros plagados de errores de todo tipo; la reiterada y soporífera utilización de unos pocos recursos idiomáticos, frente al olvido crónico de todos los demás, al alcance de quien quiera utilizarlos (mucho más a mano que un perfil de Facebook); la simplificación exasperante de la lengua que llevamos usando desde que nacimos; la fealdad de tantas y tantas vulgares coletillas vigentes, que, en vez de morir, como debieran, al poco de nacer, se prolongan meses, años, generaciones; la falta de interés, en suma, por mejorar y tratar con un mínimo de respeto lo que bien lo merece. Según yo lo veo.

Pero nada de esto tiene sentido, desgraciadamente, a menos que alguien me demuestre lo contrario. No se dará el caso, bien lo sé.

Fdo: El Licenciado Obsoleto

miércoles, 11 de agosto de 2010

Olvido


Olvidé demasiadas cosas. Descuidé otras tantas. Aplasté vísceras con dejadez, con desidia. Negligente, perforé esa piel casi con fruición hasta llegar a la herida sangrante. Reí a mandíbula batiente seguro de mi triunfo, tocado con la engañosa capa de la autosuficiencia y con la frágil máscara de la complacencia. Y todo esto lo hice mirando hacia otro lado, siempre hacia otro lado.

***
Hace tiempo recogí las palabras de arriba y las observé detenidamente. Dudé entre tirarlas al W.C. o colgarlas de la pared. Mientras me decidía, las guardé en un cajón que abro y cierro varias veces al día. Junto a ellas he puesto unas líneas de Luis Cernuda:

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

***
Ahora marcho. Quizá el aire fresco ahuyente los hilos colgantes que flotan delante de mí casi de continuo.

viernes, 9 de julio de 2010

Periquillo, o el niño elefante (III)

Caminaba yo escuchando a Kylie Minogue cuando se me cruzó por la cabeza la esplendente belleza de Alma Mahler, una mujer que se desenvolvía entre las cumbres de los hombres como pez en el agua: comienzan los besos y escarceos con figuras de la talla de Gustav Klimt; se enamora de Mahler... ¡Ah, Mahler...!

...se casa con él y con él tiene dos hijas; se cansa del sacrificio impuesto por la convivencia con un genio… idilio con Walter Gropius (sí, el de la Bauhaus)… Mahler sufre y muere al poco tiempo; Alma tiene un atribulado romance con Óscar Kokoschka, pero al poco tiempo vuelve con Gropius, lo que deja al pintor alemán algo tarado, hasta el punto de encargar con enfermiza meticulosidad una muñeca fetiche, una preciosa muñeca de trapo que no promete mucho, pero que quizá supo calmar su afán posesivo; Alma inicia pronto un nuevo idilio, con el dramaturgo Franz Werfel, con quien se casa tras divorciarse de Gropius. A partir de aquí, su rastro sentimental parece serenarse. Creo que debemos alegrarnos por ella, parece que finalmente encontró su camino.

La mujer se inquieta cuando atisba una sombra de duda en el deseo de su amante. La mujer toma su terrible decisión (siempre a oscuras) cuando entiende que su amante no le desea como y cuando ella estima adecuado. La mujer se marcha cuando entiende que el deseo ha menguado, y en ocasiones se excusa diciendo que el deseo había desaparecido.

Pero el deseo nunca desaparece. Va y viene como las tormentas, sube y baja como las mareas, engorda (a veces incluso revienta) o adelgaza (hasta casi la inanición) en una pulsión sin descanso, que dura hasta la muerte.

Hubo una época, allá por África en tiempos del Paranthropus Boisei, en que el macho de la manada, líder, elegía las hembras. Estas debían aceptar a las sucesivas advenedizas, jóvenes y esbeltas; pero pasado un tiempo, todas, ineludiblemente, se iban convirtiendo en hembras algo ajadas y de segunda. Siempre llegaba una más tersa. Esto era aceptado.

Hoy la mujer escapa ante la mínima sospecha. Ha sido educada para buscar denodadamente hasta conseguir lo que cree merecer. Afortunadamente para ella, lo suele encontrar. Desafortunadamente para los hombres, la balanza de fuerzas se ha desequilibrado por completo: a la mayor rapidez (que no profundidad) de pensamiento de la hembra se suma su connatural capacidad de realizar, concebir o pensar simultáneamente varias tareas, planes o vidas futuras: mientras él le cuenta su última ocurrencia en la terraza de un bar tomando unos calamares, ella asiente con aparente pero quizá falso interés, pues en realidad está: i) pensando en el tono que ha utilizado su jefa aquella mañana; ii) dándole vueltas a los comentarios salerosos que le está dedicando su compañero Julián, recién separado; iii) decidiendo cuándo va a quedarse encinta en caso de seguir con su novio; iv) eligiendo los muebles nuevos que van a poner en el comedor; v) observando en secreto la leve papada que empieza a asomarle a su novio...

¿Qué te parece? –me dijo Periquillo– Lo presenté para el trabajo de Educación sexual y sentimental. ¡La z... de la profesora me ha puesto un cero!

No me extraña nada, Periquillo, es muy machista. Eres un moro.

Y tú un gilipollas.

No hace falta que me insultes. Eres muy pequeño y no entiendes: el amor es espíritu, Periquillo.

El amor son glándulas y contrato social a partes iguales. Entiendo mucho más que tú, listillo.

–Espíritu y libertad, te digo. Mismamente mi espíritu vaga libremente muchas noches por la terraza, en busca de no sé qué.

–Habláis de la libertad como si fuera un tótem, pero olvidáis que el 95 % de los hombres no saben utilizarla; en cuanto a las mujeres, quizá una entre cien sea una estimación optimista.

No puedes andar diciendo esas cosas por ahí, animal.

Prefiero ser un animal a ser un sonámbulo. La libertad solo os ha servido para añadir confusión, caos y desconcierto.

–¡Bruto!

–Imbécil.

No tienes ninguna sensibilidad.

Quizá más que tú, aprendiz barato de Goethe. Si supieras lo trasnochado y ridículo que resultas…

Esto último me hirió un poco; procuré mantener la sangre fría. Siguió:

Eres un cretino idealista. Ni siquiera me pareces buena persona.

Déjame tranquilo, Periquillo, tranquilo.

Y marché calle abajo sin decir más, tenía cosas importantes que comprar en el Caprabo. No estoy para aguantar sandeces. Oí en la distancia farfullar una mezcla de insultos y súplicas para que le sacara de ahí o, al menos, le encontrara una cabeza. ¡Va listo!

jueves, 10 de junio de 2010

Periquillo, o el niño elefante (II)

Vuelvo del Eroski arrastrándome por la calle y paso inadvertidamente junto a Periquillo. Apenas puedo tirar de las bolsas, pesan una enormidad.

–Me pregunto qué haces restregándote por el suelo, cansino, más que cansino.

–Disfrutas con el mal ajeno, eres cruel conmigo.

Nada de eso, solo creo que estás exagerando un poco. Quizá tu pedante afición a la ópera te está escorando hacia lo trágico...

–¿Pedante...? No respetas nada, no me extraña que... –me callo para no liar más la cosa.

Badulaque, el dolor es lo que más se ha representado, desde siempre, en todas sus formas posibles. ¿Piensas que estás descubriendo una nueva galaxia? Pues no: estás cayendo una y otra vez en una sarta de lugares comunes más bien aburridos. –Y me sacó la lengua sin venir a cuento. Pensaba que Periquillo no tenía lengua, pero sí, tiene una color arcilla.

Me siento fatal contigo...

Cretino, lee un poco y aprenderás con suerte algunas cosas. Saca de mi cartera el trabajo que tenía preparado para clase de Ética y convivencia cívica. –le obedezco como un autómata, saco el cuaderno y leo.

Los poetas del pasado han cimentado su fama sobre una falsedad imperdonable: no era el dolor lo que realmente les preocupaba, no. Era el amor al propio dolor, el solazamiento en el propio "sentimiento" lo que querían mostrar al mundo como una especie de mono de feria: ¡Miren, miren mi corazón cómo se retuerce y contorsiona, cómo salta, cómo echa chispas, cómo se estira, se rompe y despedaza, cómo se reconstituye de nuevo, cómo se encoje y se estira, cómo hace todo eso para mayor gloria de su creador!

–Periquillo, creo que no tienes edad para decir estas cosas. Apenas las entiendo, no es normal que un chaval de tu edad ande metido en estos berenjenales...

–Y te diré una cosa más.–me interrumpe sin permitirme seguir– Pienso que tienes un enfoque demasiado conceptual de un montón de cosas. Pero las cosas no son conceptos, son solo eso: cosas. La amistad, la familia, el amor, el trabajo, no son esas ideas maravillosas que te has forjado de ellos a lo largo de tus aburridos años de vida absurda, son solo eso: familia, trabajo amor, amistad. No le busques tres pies al gato, cretino.

–Me estás cargando, Periquillo. No tienes ni idea de mí, no sabes ni lo que soy ni lo que puedo llegar a ser, ni lo que estoy dispuesto a hacer...

¡Qué cara tienes, sinvergüenza! ¡Pero qué jeta!

¿Yo...? ¿Qué dices? ¿Por qué?

¿Qué estás dispuesto a hacer, botarate? Te cuento: muerta Eurídice, Orfeo quedó sumido en tal estado de melancolía que decidió bajar con su lira a los mismos infiernos. Eso es amor. Sigo: amansó al perro rabioso, anuló el poder de tantos y tantos espíritus demoníacos, deleitó melodiosamente a Perséfone y convenció a Hades, algo inaudito, excepcional, para sacar a su amada de lo oscuro. Eso es currárselo. Mientras tanto, tú, ¿qué haces?

Vengo a verte en busca de alguna pista, algún ánimo, algún reposo…

Está bien, te diré algo: "Nada se conserva, todo se transforma."

Eso ya lo sé, Pedrillo, las nociones de física las conozco someramente.

Ya, bueno, espera: salía Orfeo sin dar crédito a lo que había conseguido cuando, a punto de pisar la luz… volvió la mirada… y perdió a Eurídice para siempre. La ansiedad le traicionó, amigo. La ansiedad quizá tenga que ver con “taking things for granted”, como dicen los guiris, o quizá no…

¡Qué horror!

Sí, bueno, según se mire. Volvió a Tracia, y allí pasó sus peores momentos. Aunque dicen que no fue para tanto. De hecho, no parece muy triste el aria de Gluck. Ya te lo he dicho, vuestro lirismo lacrimoso solo muestra lo que disfrutáis enseñando al mundo vuestras "penas", a menudo con una buena dosis de pragmatismo. No te engañes: lo único que buscaba Orfeo eran los aplausos, donde fuera, hasta en los infiernos. Yo creo que tenía un ego desmedido, como tantos y tantos "artistas" y "poetas". ¡Ja!, ¿qué te habías creído?


Continúa hablando:

–¿Te parece triste? Yo creo más bien que está haciendo una acrobacia sentimental para que le aplaudamos como bien merece: con lágrimas desgarradas. ¡Ja, ja, ja, es para partirse!

–Me estás dejando atónito, Pedrillo...

–Bueno, no te pongas así. El hombre sufrió una catársis; fíjate en lo que vería y oiría allá abajo: al poco tiempo fundó una especie de hermandad muy espiritual, con ritos y prácticas extrañas; entre otras cosas, se pasó al vegetarianismo. ¡Con lo rico que está el cordero! ¿Sabías que soy tunecino, verdad? Bueno, el caso es que murió a manos de un grupo de mujeres. Cortaron su cabeza y la tiraron al río junto a su lira... ambas llegaron a la isla de Lesbos, donde las enterraron.

–¡No, ahí no termina la cosa, estás haciendo trampa! Durante años y años salieron de la tumba unos cantos hermosos, etéreos, terribles. ¡El poder del espíritu, Periquillo, el poder del espíritu!

–Psé, debían ser los estertores de ese ego del que te he hablado; a veces se manifiesta incluso después de la muerte. Es el sueño dorado de todos los artistas, ¿no? Vivir después de la vida. Muchos parece que lo consiguen. En fin, me estás cansando, vete a casa, anda, tienes que meter eso en la nevera. Busca tu paz en el desierto, amigo. Y encuéntrame una cabeza, por favor.

Eso es todo, no he conseguido sacarle ni una palabra más. ¡Yo al desierto no pienso ir!

Al menos no en verano.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Periquillo, o el niño elefante (I)

Llevo observando durante meses un niño litogenizado en la tapia de un colegio, en la calle Inglaterra. Hace unos días me chistó cuando volvía del Eroski y me detuve a escucharle. Me contó una extraña historia:
–¡Amigo, amigo! ¡Estoy aquí, en la pared! Soy Periquillo, ¡ayúdame, te lo suplico!
–¿Cómo? ¿Que te ayude? ¿Por qué?
–Abre mi cartera y saca el cuaderno, por favor. Lee el trabajo que iba a presentar en clase. No todos los escolares somos analfabetos, amigo.
Hice lo que dijo y leí una extraña versión sobre la leyenda de San Jorge. Según Periquillo, el dragón, que era en extremo pacífico y seguía una dieta vegetariana, estaba loco de amor por la hija del rey de Selena (Libia), en realidad su primer y único rehén. Todas sus demostraciones de rugidos, fogonazos y demás parafernalia pirotécnica no tenían otro fin que convencer a la población de que su salvación pasaba por entregar a la princesa, como así se hizo para gran satisfacción de ambos, pues la pobre bestia era correspondida. La sencilla treta les salió perfectamente y ambos vivieron muy felizmente, lejos de las miradas de los hombres, durante varios años.
Pero llegó el día, pasó San Jorge por Selena y decidió, por su cuenta y riesgo, acometer su famosísima empresa, a pesar de la oposición de la población y del propio rey, que preferían dejar las cosas como estaban. San Jorge, obnubilado, imaginó una princesa abducida. Se acercó de mañana a la cueva con la aparente intención de hablar pacíficamente con ellos, que paseaban plácidos por el jardín, frente a la cueva. La princesa se alegró de ver un humano tras largo tiempo y tranquilizó a su dragón, algo inquieto. El caballero se acercó sonriente y, al primer descuido, clavó su lanza en el ojo izquierdo del dragón, que cayó muerto, dedicando su última mirada, incrédula pero amorosa, a su única compañera en vida. Uccello lo describe perfectamente:
Del charco de sangre brotó un racimo de rosas, no rojas, como narra la leyenda, sino negras, que la princesa no tuvo tiempo de cortar, pues el enajenado caballero la llevó inmediatamente de vuelta a la ciudad, donde fue recibida con una mezcla de curiosidad, escepticismo e injusta mordacidad sobre el inestable carácter femenino.
-¿Y bien? –me preguntó el niño.
-Es la versión más peregrina que podía imaginar. ¿De dónde la has sacado?
-La historia es cierta, lo creas o no.
Y me dio algunas razones que me hicieron dudar. Según me dijo, la Hermandad Sincrética de San Jorge, con sede central en Constantinopla (Estambul), se enteró de la inminente publicación del trabajo de Periquillo y lo litogenizó cuando estaba a punto de entrar en el patio de la escuela, alarmadísimos ante la mácula que se cernía sobre la hasta ahora intachable imagen del santo.
–Pero eso no es todo, amigo… –no me gusta que me llame amigo, me recuerda a los niños del norte de Marruecos. –Tras litogenizarme, me arrancaron la cara para que resultara irreconocible y a nadie se le ocurriera sacarme de aquí.
–Ya decía yo que tenías una cara extraña, como de arena…
–No es mi cara, y eso es lo primero que necesito, ¡mi cara! Búscala, por favor, búscala y te ayudaré.
–¿Ayudarme a qué? ¿Qué puedes ofrecerme?
–Te puedo dar consejos…
–¿Consejos? Mira, Periquillo, no necesito tus consejos. Yo también tengo arrancada una parte de mi cuerpo desde hace meses y no voy suplicando por ahí.
–Ya, ya, es fácil quejarse cuando uno es libre para ir donde desee y hacer lo que le venga en gana. Si te comparas conmigo, tu queja resulta... pueril, eso es, pueril; seguro que lo que se arrancó, bien arrancado está. Yo, en cambio, soy víctima de un complot internacional.
–Bueno, yo también me sentí por un tiempo víctima de un complot; luego recapacité y me di cuenta de que no era eso.
–No te vayas por las ramas y ayúdame, por favor. ¡Búscame una cara!
–Está bien, Periquillo, te ayudaré. Pero ahora tengo que marcharme a recapacitar y meditar un poco.
Deposité de nuevo el cuaderno en la cartera (no quiero tener nada que ver con historias extrañas) y me marché a buen paso, antes de que me viera nadie.
Llevo varios días buscando la cara de Periquillo. Si alguien cree haberla encontrado, le agradecería sobremanera que me la enviara a australino@gmail.com. Será recompensado.

viernes, 16 de abril de 2010

Colores

A lo largo del tiempo, colores y texturas han ido cambiando de modo que muchas veces cuesta reconocer lo que hay detrás. He elegido siete ejemplos más o menos pretéritos, en los que se observan distintos tonos, matices y plumajes.

Pero el futuro es incierto: la ascendencia rampante del género femenino ha implantado una dominación no por tácita menos real. Cansado de escuchar letanías oficiales aprendidas como el catecismo, pero sin la enjundia espiritual de este, me veo obligado a discordar. Dominan y dominarán el siglo XXI, decidirán el pelaje y la textura preferidos, aunque quizá en su éxtasis de victoria no se percaten de muchas de las lecciones vertidas a lo largo de los siglos.

El cambio de paradigma está aquí. Solo cabe desearles suerte en su esforzadísimo empeño. Al final siempre sucede: debemos tener cuidado con los sueños que anhelamos pues suelen cumplirse. El animal está ahora en sus manos, latiente y vivo; esperemos que siga así. Y, más aún, que sepan cuidarlo. En pesadillas se me antoja que el delirio del éxito ha relegado a un segundo plano el fin perseguido: un mal sueño, sobre un asunto además que queda por completo fuera de mi alcance.



I

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.


Garcilaso nos muestra un color rojo intenso con primaverales veteados naranjas, delicados y sutiles. No parece guardar rencor, era un caballero renacentista con todo lo que eso conlleva.


II

Liebesträume



Liszt contiene una fuerza sobrehumana, y no solo en su técnica, contenida con no menos sobrehumana resistencia. Ni siquiera una princesa pudo con ello. Por eso quizá se hizo ábate, con el fin, no sé si exitoso, de poder dar rienda suelta a las cataratas rebosantes que anegaban su corazón y, desde ahí, el resto de su cuerpo. No veo color, solo espíritu.

III

La dama, transfigurada, canta la felicidad que refleja el rostro de su amado, quien la arrastra hacia el éxtasis supremo que hallarán más allá de la muerte; Isolda serenamente cae ya sin vida sobre el cuerpo de Tristán. (Fuente: Jose M.ª Martín Triana)


Wagner es, en cierto modo, lo máximo e insuperable. Música total que revuelve por dentro y obliga a echar lo que llevamos dentro, queramos o no. La flecha que lleva clavada Isolda es azul profunda y se hinca en ella hasta la médula del centro de Europa. (Nota: recomiendo condiciones adecuadas de tiempo, espacio y sosiego.)


IV

Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.

Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.

El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más patente, negro y grande.

Y sin dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca, ¡con qué cuido!
para que no se vicie y se desmande.


Miguel Hernández, experto en sonetos. Este tiene color rosa pálido, como los pétalos de la jara; al tacto es ligeramente áspero, pero de una aspereza que agrada, distiende el ceño y exhala bondad.


V


Vicente Aleixandre no tiene música. Su palabra sideral basta para llenar un estadio. Nos conecta con las fuerzas primarias del Universo sin necesidad de mirar por el telescopio. Verde oscuro pero fuerte, con matices por el horizonte, dorados, ardientes, que se funden en un degradado con la inmensidad de arriba.


VI



Barbra Streissand and Barry Gibb ask us what kind of fool we were. They, and we, left the bough break; they, and we, left the stranger in. Who's sorry now? Color blanco, no podía ser otro. El amor, a veces, es blanco.

VII

Laura Pausini. Terciopelo, instinto, pasión. Color negro.

***