lunes, 12 de noviembre de 2012

Lamentaciones

Entré en casa y encontré esta consabida nota sobre la mesa, junto a una rosa negra en exceso trágica y firmada en rojo sangre para darle más ambiente goticoépico al asunto...

Todo esto es algo más que un sueño. Es una farsa. Una gran farsa a escala planetaria. La gran farsa.
Deshecho el misterio, la vida me cansa, me aburre. 
Perdida la gracia, alegrías y penas muestran el mismo sabor insípido que ni agrada ni molesta.
«¡Compañeros del mundo...» ...Acabemos ya con esta vida que surgió de la nada y terminó en el más ridículo de los nihilismos.

Estas frases habían sido escritas con la clara intención de (tratar de) impresionar. Como es previsible, no consiguieron su objetivo. Si en algún momento vi el suicidio con un ligero aroma poético, fue tan solo en los breves días de lectura de Werther, una etapa obligada, como obligado es pasar a la siguiente. El suicidio no es más que un acto supremo de voluntad, y eso sí puede tener un cierto atractivo para algunas personas. Aparte de eso, es por su propia naturaleza el acto negativo absoluto. La negación total y rotunda. Así que no puedo menos que rechazarlo. El sí siempre vale más que el no.

sábado, 20 de octubre de 2012

Encapuchados

En EEUU se ha forjado una palabra entre atemorizante y violenta: hooded, esto es, encapuchado y, añado, mal encarado. Resultan sospechosos en muchos contextos y, de entrada, deben ser vigilados.
Es cierto: si les quitaras la capucha, descubrirías a algunos de esos jóvenes que cumplen el estereotipo: monopatín, rap o reaggetón, drogas varias y cierto grado de violencia larvada o explícita.
Pero no son los únicos encapuchados. Y es que son muchas las gentes que os quieren dar gato por liebre. Si siguieras retirando capuchas, descubrirías todo tipo de personajes: entre el (literalmente) encapuchado policía que se infiltra para ayudar a repartir hostias y el (también literalmente) encapuchado monje franciscano, caben una infinidad de personajes encapotados, disfrazados, travestidos, o como quieras llamarles: ejecutivos de alta gama, políticos sinvergüenzas, periodistas hipócritas que ocultan sus filiaciones…
Hasta aquí todo en orden. Lo que pasa es que también existen otros encapuchados, con menos fama pero no menos encubridores. Si sigues destapando, verías también montones de capuchas en las filas sindicalistas, en las columnas «de izquierdas» (¡!), en muchos y muchas trabajadoras/es de las administraciones y de empresas e instituciones públicas, en huelguistas ultraindignados, en libertarios y ácratas, etc…
Así que, entre unos y otros, hay una multitud de encapuchados de muy diversos tipos. Imagino que el ansia de alguna forma de cobertura, plumaje o traje ocultador es connatural al género humano, algo que necesitamos no solo para abrigarnos, sino para protegernos y ocultarnos frente a los demás. Con intenciones que pueden ser tanto defensivas como ofensivas. Yo mismo dispongo de una razonable colección de capotes en el armario, y echo mano de uno u otro en función de las circunstancias.
Sobre esto último, podemos releer Caperucita Roja. Los dos protagonistas están ocultos, aunque de distinto modo. ¿Quién es el bueno y quién el malo?


martes, 16 de octubre de 2012

El octavo día

Slawomir Mrozec es un escritor polaco contemporáneo que cultiva el género de la concisión. Contento de haber encontrado un nuevo estímulo y porque creo haber hallado respuesta a muchas de las angustias de la vigente situación atenazante, incrusto aquí uno de sus cuentos, de «rabiosa actualidad». Ahí va...

El octavo día

Dios trabajó seis días y descansó el séptimo. El hombre no es Dios, se cansa antes, por lo que consideró que el sábado también le correspondía como día de descanso. Esta decisión no encontró una expresa objeción por parte de la Instancia Suprema. «Si ha salido bien con el sábado, tal vez también cuele el viernes», pensé, y dirigí a Dios una solicitud con el siguiente contenido:
«A causa del cansancio que siento después del lunes, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes, ruego tenga a bien otorgarme también el viernes como día libre de trabajo. Homo Sapiens.»
No hubo respuesta, por lo que consideré que también el viernes me había sido otorgado.
Sin embargo, entre el miércoles y el resto de la semana quedaba el horrible jueves. Nada cansa más que el trabajo el último día de la semana laboral. Así que escribí, esta vez con más atrevimiento:
«“El hombre es una caña pensante” (Blaise Pascal, 1623-1662). Yo pienso que tampoco debo trabajar los jueves.»
Ahora mi semana laboral acaba el miércoles por la tarde. Sí, pero ese miércoles... El silencio de Dios me dio valor.
«Exijo la supresión del miércoles como día laborable. Prometeo.»
En cuanto al martes, me rebelé ya abiertamente:
«“Llamarse hombre llena de orgullo” (Maxim Gorki, 1868-1936). El martes atenta contra mi dignidad. Estoy en total desacuerdo y acabo el lunes.»
No hubo respuesta, así que con el lunes fue muy fácil. Bastó con un telegrama:
«El lunes también queda excluido.»
Ahora tenía siete días de la semana libres y me sentía orgulloso de mi rebeldía (L´homme révolté, Albert Camus, 1913-1960). Pero al cabo de un tiempo me di cuenta de que la semana sólo tenía siete días y, por lo tanto, yo no podía tener más de siete días libres a la semana. Semejante limitación de mi libertad me pareció inadmisible. Así que telegrafié a Dios:
«Crear inmediatamente un octavo día.»
No contestó, lo cual me afirmó definitivamente en mi convicción de que Nietzsche tenía razón (Friedrich Nietzsche, 1844-1900) y Dios no existía. Pero en ese caso, ¿quién era el culpable de que la semana sólo tuviera siete días y de que yo no pudiera tener más de siete días libres a la semana?
Cogí un palo y me puse al acecho en la escalera. Cuando pase un vecino, le arreo.
A fin de cuentas, alguien tiene que ser el responsable de la injusticia que se me ha hecho.

viernes, 31 de agosto de 2012

Nuevos mundos

Hay otros mundos, pero están en este. Y también hay nuevos mundos que están muy lejos de este. Son sorprendentemente parecidos a algunos lugares del nuestro y quizá por eso muchas personas tratan de buscar vida en ellos, como si el relativo parecido topográfico obligara de modo retroactivo a la historia del planeta Marte, pongamos por caso, a haber parido criaturas vivas...
...pero es que el parecido con algunos desiertos asiáticos y americanos es impresionante. Es fácil imaginar un pequeño ser, no necesariamente extraño, salir de detrás de una de esas rocas, dar unos pasos en incierta dirección y, por qué no, saludar a la cámara; o bien pasar de ella con despego, desinterés o desprecio, como pasamos las personas de tantas y tantas de las cosas con que nos topamos en nuestros desplazamientos diarios.

Los mundos astronómicos, lejanos y perfectos, tienen un atractivo parecido al mundo del álgebra, la geometría, la física teórica, la Tierra Media de Tolkien... Son entornos de abstracción y abandono (más o menos intelectual) en los que algunas personas encuentran el único refugio posible, el único que les permite vivir con cierta dignidad. Lejos de los deseos terrenales, lejos de rencillas, recelos, resentimientos, lejos de pasiones, discordias, marasmos, aburrimientos, tensiones y atonías.

Lejos también de tantas y tantas cosas buenas tejidas en sociedad, codo con codo; lejos de los abrigos que nos proporcionamos mutuamente en nuestros distintos círculos humanos (como Google+, pero de carne y hueso). Supongo que la extrema aridez (lejanía a nuestro mundo habitado) que mucha gente atribuye a estos mundos «extraños» es la razón por la que sean tan poco transitados.

Tanto psicólogos como educadores, padres, amigos, profesores y demás calaña parecen estar de acuerdo en que lo bueno es la sociedad; aquí tenéis una prueba, un ejemplo de las cosas excelentes que pueden hacer los círculos de personas:

http://www.youtube.com/watch_popup?v=GBaHPND2QJg&feature=youtu.be

Post datum: gracias a la NASA por proporcionarnos a diario filones de sueños, por hacernos ver lo estupendo que puede llegar a ser el genoma humano cuando se emplea bien.

domingo, 15 de julio de 2012

Mapa del mundo personal (5 de agosto, 1945)



El coronel Paul Tibbets se sentía algo indispuesto. Al poco tiempo de dejar atrás el pequeño islote de las Marianas, empezaron a asaltarle de nuevo sus dudas. Sandra era una muchacha estupenda, eso era indudable. Era guapa, tenía un tipo excelente, era cariñosa e inteligente. Además, se dejaba la piel en su trabajo. Era el ejemplo para las enfermeras que compartían turno con ella en el hospital militar de Tinian. Además, y lo más importante, hacer el amor con ella era una experiencia que no había conocido antes. Betty, su prometida en Quincy, Illinois, era reacia a tener relaciones completas y solo había accedido tras muchos ruegos y con no pocas reservas; por el contrario, Sandra no ofrecía resistencia alguna. Ya fuera por la situación de emergencia continua, por su forma de ser, por el amor que había surgido entre ambos, lo cierto es que no podía quitársela de la cabeza. Y, sin embargo, los preparativos de boda seguían a buen ritmo y, si todo iba bien, a principios de octubre se produciría el –en otras circunstancias– feliz acontecimiento. Ahora no sabía qué pensar. Anduvo dándole vueltas al asunto, una y otra vez… Miró a su izquierda. A lo lejos vio, pequeña y alargada, la isla de Tanegashima… le recordaba el encendedor que le había regalado Sandra dos días antes. Y esto le transportó de nuevo a las tórridas noches en el café cantante de Tachungnya, donde tantas románticas veladas había pasado y, a buen seguro, volvería a pasar con Sandra… «¡Oh, Sandra, mi Sandra! ¡Oh, mi pequeña Betty!», pensó, ensimismado.

–Mire, capitán, se empieza a ver la línea de costa –Robert Lewis, el copiloto, le sacó momentáneamente de sus ensimismamientos–.

Después de tres tazas de café, Robert empezaba a entonarse. Dos noches atrás, la juerga se había prolongado hasta altas horas de la madrugada. Aún no se había recuperado. No recordaba haber bebido nunca tanto ron. Pero los compañeros habían decidido celebrar la feliz recuperación de Tony Bennet, y él no quería perdérselo. Sabía que esta misión era importante y que debía encontrarse en forma, pero la borrachera fue tan absoluta que aún no había conseguido recuperarse del todo. Lo que sí recordaba era la conversación que había tenido con Mike, el encargado de la cantina. Debían encontrar un modo de llevar ese ron a New Jersey: estaba convencido de que tenía enormes posibilidades comerciales. Era suave, muy aromático y sorprendentemente barato. Pero, ¿cómo hacerlo? «La guerra está terminando, Robert; déjalo de mi cuenta, solo necesito una contraparte local, ¡y esa eres tú!» Robert asintió. Sabía que Mike era un hombre honesto a su modo y estaba dispuesto a convertirse en su socio comercial. Lo que había en juego era algo grande y no iba a dejar pasar la oportunidad.

–Cinco minutos para objetivo –dijo con voz clara Van Kirk–.
–OK –respondió Ferebees.

Pero era un OK algo desvaído. Y no por falta de sueño; estaba lúcido como una luciérnaga. Había estado durmiendo en vuelo durante más de diez horas, hasta hacía algo menos de cuarenta y cinco minutos. Desde que despertó volvió a solazarse en el recuerdo del partido del pasado martes: dispuso de nuevo mentalmente a los jugadores en el último lanzamiento. Tenía en sus manos su bate preferido. Enfrente, un lanzador no muy experimentado que le miraba con cierta aprensión trató de lanzar fuerte y al despiste. No consiguió su objetivo. Thomas enganchó la bola en un golpe casi perfecto que la sacó del recinto: el y sus compañeros empezaron a recorrer el circuito en calmada carrera, entre los gritos de enfado e impotencia de los oponentes. «Aún tenéis mucho que aprender, muchachos», pensó mientras balanceaba atléticamente sus fornidas extremidades. Completó el circuito bastante antes de que la bola regresara a la base, entre gritos de entusiasmo de sus compañeros y de algunas muchachas locales que miraban con admiración esos descomunales cuerpos norteamericanos.

Treinta segundos antes del punto preestablecido, Ferebee se concentró en el mapa que tenía enfrente. La bahía se extendía ante sus ojos; ya distinguían perfectamente los canales de Honkawa y Motoyasu. Unos segundos más y empezarían el camino de vuelta. El próximo martes había de nuevo partido, y de nuevo iba a mostrar a esos muchachotes quién era Thomas Ferebee. Los capullos del Boston Red Sox no habían creído en él, pero eso no le importaba. Había encontrado su sitio.

–¡Ahora! –se oyó clara e indistintamente.

Post data: este verídico relato está dedicado a las mujeres y los hombres que consideran, no sin parte de razón, que por encima de los problemas del mundo están nuestras vidas propias, las íntimas, las personales, las que definen nuestra vida y nuestras motivaciones. A todas ellas, a todos ellos, les dedico, con un cariño algo tétrico, estos pedazos de vidas. Importantes, como las vuestras, como la mía, claro está.

sábado, 30 de junio de 2012

Las lecciones del convento


teresaforcaNdes from Iniciativa Debate on Vimeo.

Muy interesante esta mujer. Me gustan las personas con «pensamiento antisistema» que no se adaptan a ninguno de los moldes preestablecidos.

lunes, 25 de junio de 2012

Madrid: prólogo, siete actos y epílogo

Noche seca y algo airosa tirando hacia el final. Ambiente tranquilo, leve marejada. Vamos amanenciendo poco a poco.


En siete cómodos pasos, el astro rey para los terrícolas se despereza rápidamente y nos muestra a las claras que está dispuesto a darnos otro día de calores. Felicidad incontenida en los pechos de muchas muchachas que, hoy también, saldrán a la calle y proclamarán a los cuatro vientos: ¡Soy una gallina, soy una gallina feliz y me voy a la piscina!

Giro un poco el ángulo de visión y veo Madrid aún cubierta con su translúcida sábana azulona, un poco marina. Sorprendente. Venga, a despertar, ¡a despertar, que hay que vivir!

miércoles, 20 de junio de 2012

Breviarios III. Elogio de la velocidad


Mi amigo Julián prepara unas deliciosas tortillas de patata en un tiempo sorprendente: 20 minutos. Lo que para la mayor parte de los mortales es algo imposible, a él le resulta sencillo como respirar. Elige sin mirar el mejor cuchillo, trocea la cebolla, la pone a freír, pela y parte la patata y la pone a freír; acto seguido, bate los huevos. Un par de chistes o de canciones breves antes de sacar la patata de la sartén, la deja enfriar un poco, la mezcla con el huevo, de nuevo a la sartén y en menos que canta un gallo tenemos la tortilla en el plato... ¡mmmh, deliciosa!

No hay vuelta de hoja: Julián es capaz de hacer riquísimas tortillas a un ritmo inalcanzable para los demás. Yo lo acepto de buen ánimo, incluso me resulta atractivo. Sin embargo, Federico, un antiguo amigo del instituto, se pone muy denso ante este despliegue de medios: que si la tortilla así no sale bien, que si hay truco, que si es imposible, que si tanta velocidad no puede ser buena, que si no deberíamos permitir hacer tortillas a Julián, etc.

Abundan los Federicos resentidos y envidiosillos, incapaces de reconocer las aptitudes de los demás en este aspecto tan fácil de cuantificar como es la velocidad. La velocidad no solo es importante para los deportistas; en muchos trabajos ─y en la vida en general─ marca la diferencia entre las personas que son capaces de hacer tres tareas en un minuto y aquellas que apenas hacen una tarea en tres minutos. Considerar la velocidad un factor clave en todos los trabajos es de cretinos; pretender que no tiene la menor importancia y que no debemos esforzarnos lo más mínimo para mejorarla resulta ridículo. Y, además, desesperante. Para constatarlo, basta con que nos pasemos por una oficina de Correos a recoger un paquete certificado.

El consejo sería: «En la medida de tus posibilidades, busca y apuesta por aquellas tareas que te gustan, te resultan gratificantes y eres capaz de hacer eficazmente.»

miércoles, 13 de junio de 2012

Breviarios II. Multifaceta

En algo se parece la crisis a un diamante: en sus múltiples caras. Pienso que son varias las perspectivas desde las que se puede analizar este y otros muchos asuntos, y veo a las distintas personas y grupos de personas alrededor de la piedra angular, pero en posiciones fijas, si acaso articuladas, pero fijas. No se puede entender este ni otros muchos asuntos si solo atendemos a uno o dos de los factores o perspectivas del mismo.
Factores que se me ocurren son: burbuja inmobiliaria, malos hábitos financieros, hábitos financieros muy perversos, crisis de deuda permacreciente (nadie pensó que eso fuera un problema hasta hace bien poco), deslocalización del tejido industrial en Occidente (se dice pronto), abaratamiento imparable del transporte marítimo de mercancías (que beneficia a unos y perjudica a otros), agotamiento relativo y absoluto de recursos materiales y energéticos (en particular, del petróleo, con precios en alza continuada), modelos de estado esclerotizados y muy ineficientes (en particular, crisis del modelo de empleo público masivo al estilo franquista o peronista)...

Podemos indignarnos hasta la exasperación y la violencia contra los análisis que hacen los demás desde sus posiciones (fijas o articuladas) cuando no cuadran con nuestros propios análisis; pero incluso ellos, los peores, los más malos, tienen también su parte de razón (mucha en algunas cosas, poca o nada en otras). Podemos desgañitarnos tratando de explicar lo que es un diamante atendiendo únicamente a una de sus caras, pero nuestro juicio será inevitablemente parcial, torticero, escaso y corto de miras.

domingo, 3 de junio de 2012

Breviarios I. Sangre sí, cultura no


Los vivarachos gitanos llenan de porquería cualquier lugar en el que descansan a merendar, cenar o tomar un refrigerio. No son los únicos, pero ellos lo hacen sistemáticamente. La existencia de papeleras les debe resultar tan peregrina, tan exótica como ver volar un rinoceronte sobre sus cabezas. Rechazo con virulencia esta falta absoluta del civismo más básico.

Nada que decir contra su sangre: esta raza pare ejemplares de una pureza estética que en nada envidia a la sangre escandinava, por ejemplo. Pero todo lo estimable de su raza, incluido su talento artístico, se torna en execrable cuando se trata de su encaje en la sociedad donde viven inmersos. Su falta generalizada de civismo, los negocios que hacen con los galgos, su machismo descarado y sin ambajes, son algunas manifestaciones de su cultura que ni entiendo ni justifico.

Nota antropológica: la foto procede del parque de San Isidro hace un año; en este caso, fueron personas de origen andino (peruanos, ecuatorianos...) quienes dejaron el rastro de deshechos tras una de sus gregarias y ruidosas reuniones en el parque. Estaría muy bien que, al tiempo que se relacionan y divierten de manera sencilla y relativamente sana ─capacidad que ha perdido la población autóctona─, tuvieran en cuenta una serie de reglas básicas de comportamiento.

sábado, 14 de abril de 2012

Elefantes


Reniego de los elefantócratas. Reniego de casi todos los defensores de la República en España porque asocian muy erróneamente república con "izquierdas", y esto es un error de base de categoría A+++ especial.

Reniego de muchos de ellos pues, al tiempo que anhelan y luchan a su modo por el advenimiento de una 3.ª República, defienden (veladamente o con entusiasmo) pasados regímenes políticos que no puedo más que rechazar virulentamente. Y los rechazo por su raíz y por sus consecuencias.
  1. Por su raíz, esto es, por ser vástagos del idealismo en su peor sentido, que germinó en el siglo XIX y se materializó de modo extremado en el XX, pariendo regímenes de iluminados que dieron lugar sin excepción al inevitable partido único. Regímenes radicalmente antidemocráticos en los que, sin una sola excepción, un puñado de personas, los jefes de ese partido, tomaban todas y cada una de las decisiones. Y estas decisiones abarcaban la propia política, la administración del Estado, la economía, la educación, la cultura (elemento esencial en cualquier régimen de partido único que se precie), el deporte... en fin, solo quedaba un pequeño resquicio, el de las relaciones personales, que se desenvolvía con muchas dificultades. Para muestra, un botón: La vida de los otros.
  2. Por sus consecuencias: el mayor número de muertes, persecuciones y atrocidades de todo tipo que se dieron en el siglo XX, en todos los países donde dichos sistemas, republicanos a su modo, se instauraron. Y esto es mucho decir, ya se sabe, porque la comparación inevitable es el señor Adolfo con su bigotito, sus SS y sus planes de exterminio. De Corea del Norte a Cuba, pasando por China, la U.R.S.S., los países de Europa del Este (invadidos por Iosif el Terrible), Camboya y otro puñado de países que se embarcaron en esa aventura espantosa que fue el comunismo. El comunismo de la revolución cultural de Mao, del adoctrinamiento brutal y sin contemplaciones, de Pol-Pot, del gulag y los viajes a Siberia, de los tanques recorriendo las calles de Praga, de las pateras cubanas, de tantas y tantas desgracias.
Además, en materia de libertades individuales, de civismo, de funcionamiento relativamente óptimo de la sociedad, se cuentan algunas monarquías europeas con muchos años de indudable y profundo talante democrático, que han sido y siguen siendo ejemplo de libertades para el mundo entero, como los Países Bajos. Es decir, no entiendo ni comparto la doble asociación monarquía/democracia imperfecta y república/democracia perfecta.

 ***

Dicho esto, los varones de la actual familia real española, que por azares más o menos evitables ha dado en ocupar cierto número de palacios y otros inmuebles exclusivos, siguen mostrando una afición por las armas difícilmente entendible y muy poco adecuada a los tiempos que corren, a pesar de su pertinaz e histórica desgracia en dichos asuntos.

Para empezar, no deberían permitir utilizar armas a niños menores de edad que no parecen tener muchas luces, al menos en el manejo de los gatillos y los cartuchos. Quizá esos niños sean en el futuro lumbreras en geometría no euclidiana o en decoración de interiores pero quizá deberían dejar bien guardadas las pistolas y las escopetas, y colgárselas únicamente para ser retratados en algún salón palaciego.

La afición a la caza de los varones borbónicos provoca en muchas personas un profundo y justificado rechazo. En particular, este tipo de cacerías exclusivas resulta por completo fuera de lugar, por varios motivos:
  1. La caza de grandes mamíferos africanos es obsoleta, casposa hasta decir basta, estéticamente muy fea (no hay más que ver la foto, tomada en 2006), de imposible justificación en el mundo que se nos viene, ciega y estúpida, y además recuerda a Tarzán y sus tontadas con los cocodrilos y su bendita madre.
  2. Los elefantes tienen ya bastantes problemas en las pocas áreas del continente africano donde aún pueden vivir en condiciones de semilibertad, para que venga un señor ya entrado en la ancianidad a disparar a algún ejemplar que posiblemente le han colocado certeramente para que no se le escape el tiro y hiera a alguien. Imagino que el rifle será de buenísima calidad. Algo también feo y triste. No vale la excusa de que es un ingreso que revierte en la economía de la zona, porque a todos se nos ocurren maneras más interesantes de gastarse el dineral que debe costar un viajecito de estos.
  3. El señor que acompaña a su majestad es Don Johnson o se parece mucho a él, y esto es lo peor de todo porque nos retrotrae inconscientemente a los años ochenta y sus peinados y a los paseos por las playas de Miami.
Quizá este señor cazaor está buscando una reacción masiva por parte de la sociedad española para ser defenestrado y ceder el trono a su esposa, que parece una persona bastante más sensata y, por lo que tengo entendido, es vegetariana (¿qué pensará de estos eventos cinegéticos?); quizá desea ser desalojado, poder retirarse cómodamente (él y su familia) con una buena excusa y olvidarse así de los problemas futuros, que se adivinan peliagudos.

Si es así, no seré yo quien llore por su marcha. Y bienvenida sea en ese caso una República. Pero llamémosla de nuevo Primera República, pues la 1.ª no paso de la fase de embrión y en la 2.ª reinó por encima de todo y desde el principio una enorme confusión, una exasperación que no condujo a nada bueno y una violencia extrema que velaron las pocas cosas interesantes que hubo tiempo de poner en marcha.

Anhelemos una República de las buenas, donde las personas queden por encima de las ideas, donde primen los valores democráticos, la conciencia cívica, las actitudes positivas, las buenas conductas, la libertad del individuo en su circunstancia social y, por encima de todo, el respeto por el entorno natural y por todos sus habitantes, salvo algunos chupópteros profesionales, ciertos virus sociales y un buen número de perniciosas bacterias políticas que deberíamos exterminar sin contemplaciones. Eso sin olvidarnos del obligado adoctrinamiento musical de las masas populares, este sí al más puro estilo maoísta, con el fin de que de una vez por todas se sepa quién fue y por qué merecen nuestro respeto figuras como Gaspar Sanz, J. S. Bach, Franz Listz, Maurice Ravel, Francis Poulenc y muchos otros, que falta nos hace.

Y hablando de música, una recomendación para el residente esporádico del Palacio de la Zarzuela: la misa para la paz de Karl Jenkins (2000). Basta con disponer de un diván o sillón cómodo y un poco de tiempo para escuchar el coro, que empieza al cabo de un rato:

sábado, 25 de febrero de 2012

A buen tiempo, mala cara

Uno puede entender la afición de las clases trabajadoras por los días secos y soleados. A fin de cuentas, se disfruta más, especialmente con niños, abuelos y gente con poca movilidad. La lluvia lo hace todo más aparatoso, y el frío además lo hace incómodo. Lluvia y frío es una pesadilla que pocas veces se da por estas latitudes.

Estamos hartos de oírlo. Hasta el punto de que ya ni prestamos la más mínima atención. De nuevo un record: 2011, de lo más cálido y seco desde que se tienen registros; enero de 2012, igual de seco pero con un par de olas de frío, suficientes para que se elevaran las mismas plegarias de siempre por el advenimiento del "buen tiempo". ¿Buen tiempo? No, perdonen ustedes: tiempo seco y soleado, que no es lo mismo en absoluto.

Sigo la idea que expone Donald Cardwell en su estupenda Historia de la tecnología (Alianza, 1996): la riqueza de las naciones europeas del centro y del norte está en gran parte basada en la abundancia de recursos hídricos, algo de lo que no podemos presumir por aquí. Como siempre, es imposible (o mejor, infantil) pretender una cosa y la contraria al mismo tiempo. Queremos nieve cuando vamos a esquiar, pero ni hablar de ver un solo copo camino del trabajo; queremos que el campo esté "bonito", pero sin que caiga una gota de lluvia (está permitido que llueva mientras dormimos, según he oído alguna vez); que no falte el agua, pero eso sí, sin molestar, bien guardada en los embalses, sin que se desmande un ápice. Burguesitos finos es lo que somos; burguesitos finos.

Robert Henson, en su acongojante libro The Rough Guide to Climate Change (Rough Guides, 2008), se hace eco de la horrible ola de calor que descargó sobre Europa en 2003, que se llevó la vida de miles de personas. Seguramente ese tórrido verano hizo ver a muchas personas lo que puede llegar a significar un "verano extremadamente caluroso": ni atractivo ni sugerente, sino incómodo, insalubre, especialmente duro para las personas que no tienen medios para protegerse y para muchas especies que comparten planeta con nosotros y que no disponen de grifos, tomas de agua o aparatos de aire acondicionado. Mucha gente llegó a odiar ese tiempo tan seco y caluroso, al que no están acostumbrados. Yo también lo odio, pero me aguanto porque vivo a 40º de latitud norte. Sin embargo, pretender que el sol y el calor campen a sus anchas en enero, en noviembre, en navidades, en febrero, en abril... esto ya es demasiado, es más bien vicio.

Sé de un lugar con un cielo casi siempre limpio de nubes, con un sol que es protagonista absoluto, ya si, sin estorbo de ningún tipo. Un lugar que hace miles de años era una sabana y hoy es un paraje que muy pocos se atreven a habitar. Aunque también allí vive gente, por difícil que parezca. Lo tenemos muy cerca, aunque esa cercanía no parece suficiente para aprender la lección: el cielo y la tierra están íntimamente ligados; es imposible entender el uno sin el otro. Parece que esta lección de Primaria se nos olvidó cuando aprendimos a manejar los grifos, interruptores y botones regulables.

Un poquito de seriedad, señoras, señores. Bienvenidas las lluvias y los fríos boreales, bienvenidas las más recias borrascas de invierno. Los agricultores, los apicultores, los pastores y las gentes montaraces aceptan el frío y la lluvia con alegría y alivio. A fuerza de experiencia han comprendido el funcionamiento de algunos ciclos naturales, y al menos ellos saben que el agua buena viene de arriba, donde no hay tuberías, conducciones ni mangos de ducha, sino nubes, con suerte preñadas del mejor líquido que conozco: el agua.

*** *** ***
Comentario de Mecacholo (7 de marzo, 2012):

Mi querido amigo. Yo he experimentado un cambio sustancial al respecto: cuando vivía en Madrid, odiaba la lluvia a muerte: quería "buen tiempo" siempre, me sentía damnificado por la más mínima precipitación. Ahora, que vivo en un pueblo y la puerta de mi casa da a un camino de tierra, ahora precisamente que es cuando más me afecta en mi día a día el hecho de que el suelo tenga charcos, hielo o nieve, ahora es cuando disfruto de ver llover o nevar. Quizás me ayude a vivirlo así el hecho de que, junto a mi casa, hay una fuente que me cuenta cada día, con el caudal de sus chorros, cómo está el planeta. Y nunca ha estado peor que hoy.
Gracias.


Mecaholo, tus palabras pueden hacer reflexionar a muchos. Te entiendo perfectamente aunque yo vivo en la ciudad y no me toca directamente. El grifo sigue dando agua.

viernes, 24 de febrero de 2012

Tríadas de Döbereiner

Si, pasando los cuarenta
con muchachas lindas, tersas*
quieres jugar al amor,

 has de andarte con mil tientos
pues la senda está repleta
de mil traidores requiebros.

Un paso mal dado y ¡zas!
tus nalgas tocarán suelo
y estático quedarás.

Objeto del peor escarnio,
el íntimo, el personal,
puede que hasta se trastoque
esa capa fina y frágil,
esa gran desconocida
que llamamos dignidad.

*Atención a la diversidad sexual. Esta estrofa ha de sustituirse por la siguiente para el caso femenino:
con muy gallardos donceles