martes, 15 de enero de 2013

¡Más tecnología, por favor!

(Notas extraídas de una reciente conferencia del Dr. Ceferino Pedántez)

La aproximación de la vasta mayoría de la población hacia lo que ha venido en llamarse «tecnología» es pavorosa, como también lo es la ridícula enanización del propio término.

Tecnología son máquinas de vapor de Watt funcionando en un entorno productivo y optimista; tecnología es una central telefónica de Graham Bell poniendo en comunicación puntos distantes y favoreciendo un floreciente comercio; tecnología es una nave extraordinaria posándose suavemente sobre Marte y enviando información a nuestro planeta; tecnología es un ingeniero alemán desarrollando unos nuevos inyectores para los futuros automóviles Opel, etc., etc.


Entre todas las positivistas y emocionantes manifestaciones tecnológicas humanas, una en particular ha adquirido una extensión delirante por sus posibilidades de comunicación y entretenimiento: la industria de los terminales móviles o celulares, hoy en día mucho más que simples teléfonos.

De un tiempo a esta parte, casi siempre que un periodista, político, vendedor ambulante o cantamañanas cualquiera habla de tecnología, se refiere a este muy específico y concreto campo de la tecnología. Y cada vez más, la aproximación al asunto muestra más señales de adicción y menos señales de auténtico desarrollo: «¡Jo, tía, mi padre no me quiere comprar el iPhone si suspendo más de dos en junio!», «cuando dentro de unos años desarrollen esto, tío, ¡lo vamos a flipar!», o «dentro de una década nuestros teléfonos móviles podrán bla bla bla...»

No interesa ni mucho ni poco saber lo más mínimo sobre la tecnología que utilizamos, lo cual era de esperar en un país científica y tecnológicamente analfabeto como el nuestro; nadie se hace la más mínima consideración sobre las empresas que desarrollan esta «tecnología», como por ejemplo que Nokia sea un ejemplo de potente iniciativa privada en un pequeño país que casi ni sabemos que existe; no nos planteamos el uso que hacemos nosotros, nuestros abuelos o nuestros nietos de estas endiabladas máquinas. Nuestra aproximación al asunto es absoluta y meramente pasiva: al más puro estilo masoquista, lo único que nos gusta es «recibir», y además de continuo. Lo único que ansiamos es un suministro fluido: ¡Más «tecnología», por favor! ¡Quiero una dosis más de apps, de juegos, de complementos para mi terminal! O, mejor aún: ¡Quiero cambiar de aparato, quiero un Samsung SuperGalaxy V Generación XXY, o un iPod VII ultramega-in!

Por lo demás, da igual que el usuario sea un trabajador indignado de la función pública, un niño pijo de barrio acomodado, una muchacha preadolescente con un fracaso escolar tras otro o una abuela aficionada a las clases de risoterapia: todo el mundo parece embarcado en esta delirante adicción sin pensar en nada más, sin preguntarse nada ni plantearse nada más que la próxima dosis. Y, lo más curioso de todo, todos dan por hecho que «alguien» se encargará de desarrollar las nuevas versiones y los nuevos aparatos, a buen ritmo y sin equivocaciones. En otras palabras, casi todo el mundo tiene la idea más o menos inconsciente de que los generadores de tecnología trabajan «a su servicio», lo cual constituye un descomunal error de percepción: en realidad son ellos, sin ningún genero de duda, los usuarios pasivo-adictos, los que están por completo sometidos al devenir de la idolatrada tecnología.

Un buen número de corporaciones y empresas de varios países deben frotarse las manos viendo cómo crece año tras año esta enfermiza afición en los países receptores de «tecnología», en especial en aquellos donde la mayor parte de la gente aún conserva (milagrosamente) el poder adquisitivo suficiente para atender su adicción.

Todos estos entusiastas usuarios acudirán puntualmente y muy bien comunicados a la próxima manifestación, sea de quien sea, las hay a patadas. Y se comunicarán con familiares, amigos y demás usuarios de redes sociales, con el fin de estar al tanto de todo. Mientras tanto, en Helsinki, en Los Ángeles, en Pekín o en Singapur, ingenieros, técnicos y empleados trabajan a buen ritmo en los terminales que permitirán a nuestros «indignados» estar conectados en las manifestaciones del próximo otoño.

Salud y felicidad para todos.