miércoles, 29 de mayo de 2013

Aforismos entrechocantes


  • Multitudes en ocasiones enfervorizadas increpan, embisten y agreden a los incautos políticos, sin percatarse de que la masa madre de la que salen estos es la misma masa que forman dichas multitudes. No parecen entender que cada pueblo tiene, más o menos, la clase política que bien merece. No parecen percatarse de que, en palabras del jefe indio, quien escupe al político, se escupe a sí mismo.

  • Ser bueno en circunstancias favorables tiene poco o ningún mérito. Ser majos/as, simpáticos/as o agradables cuando la primavera sopla con suave brisa, el sol brilla en ángulo perfecto y el huerto rinde sus frutos es algo casi inevitable. Lo interesante, lo que debemos admirar, aplaudir y ponderar es la capacidad (propia o ajena) de mantener estas virtudes cuando el dolor y el desengaño han hincado el diente en nuestro cuello. 
  • Las/os usuarias/os de Internet acuden a la red como acudían en tiempos de la Grecia clásica a las pitonisas: postrados servilmente ante el nuevo dios Guguel, esperando y exigiendo de él respuestas a todas sus cuestiones. No se dan cuenta de que, para saber buscar, es preciso saber de lo que se está buscando. De otro modo aceptaremos ciegamente lo que el nuevo dios nos diga, al carecer de referencias externas. Una nueva superstición, internacionalizada, socialmente transversal, multicultural y multiétnica está aquí, ya, entre nosotros.

  • El mito del yo inaccesible, tan arraigado, carece totalmente de fundamento. Las barreras físicas y espirituales que plantamos entre nosotros y «la sociedad» son casi siempre transparentes o, cuando menos, translúcidas. Nos esforzamos denodadamente en esquivar las miradas y los análisis ajenos, y nos sentimos muy ufanos de proteger nuestro yo, nuestro estupendo yo que solo nosotros creemos conocer y comprender. Pero esto es rotundamente falso: nuestro interior es casi siempre visible para cualquiera que quiera observarlo con detenimiento, interés y un mínimo de cordura. Por mucho que nos esforcemos, mostraremos a los demás quién somos en nuestras palabras (las que decimos y las que callamos), nuestros actos y nuestros gestos. Nuestro yo no es solo —ni principalmente— lo que pensamos sobre nosotros mismos, sino también —y muy importante— lo que somos para los demás. Si somos incapaces de conciliar estos dos yoes, seremos incapaces de entendernos mínimamente.
 
  • Está más que demostrada la capacidad de los honrados padres de familia «tradicionales» de talante conservador para asimilar, aceptar (con más o menos reservas) y asumir las travesuras ideológicas de sus hijas/os que corren en pos de los muchos ideales de libertades y sociedades perfectas. Falta por demostrar la capacidad de los honestos padres de familia «modernos» por aceptar, asumir (con más o menos sinceridad) y asimilar algunas de las muchas decisiones que puedan tomar sus hijos/as, como entrar en el convento, estudiar finanzas o hacerse militares.