lunes, 21 de julio de 2014

¡Adiós, Cataluña, adiós!

Carta abierta a las/os catalanas/os listas/os y empeñadas/os en decidir su futuro:

Seré sincero: a veces parece inaudito que hayáis tardado tanto tiempo en decidiros. Entiendo perfectamente que haya tantas y tantas cosas de que os desagraden, como desagradan a muchos otros no catalanes. Por algo utilizáis a menudo un símbolo, , que es toda una declaración de intenciones: nada de espectáculos taurinos, nada de costumbres anacrónicas que nada tienen que ver con vosotros, nada de paletismo ibérico, en cualquiera de sus manifestaciones. Y apostáis por un civismo casi ausente en buena parte de la península, por una diferenciación cultural que tiene muchas cosas buenas. Por poner un ejemplo, la sensibilidad que mostráis por cuidar vuestros bienes culturales es envidiable y recuerda más lo que sucede del otro lado de los Pirineos que lo que vemos tristemente en tantos y tantos campos, pueblos y ciudades de . Otro ejemplo: la inquietud cultural que se vive y siente en vuestra capital, una ciudad más pequeña que la capital del Estado, es proporcionalmente muy superior, a pesar de los muchos y sonados museos y otros atractivos culturales que hay en la ciudad manchega. Este último término nos da la clave: es como comparar una ciudad centroeuropea con un poblachón manchego, por grande que sea este.

No comparto sin embargo ese afán vuestro por tratar de doblegar el curso de la historia. En un país como el nuestro, tristemente célebre por su notoria incapacidad para aprender, tratar de asimilar y reconciliarse con su pasado con un mínimo de objetividad, ha resultado fácil transformar buena parte de la historia, en particular la que pensáis que os afecta directamente. Muchos políticos e intelectuales de vuestra tierra se dedican a «repintar» de un modo muy discutible un montón de hechos que sucedieron en unas circunstancias muy distintas a las actuales, exagerando astutamente unos perfiles y ocultando otros, reinterpretando en clave nacionalista todos los sucesos imaginables, tratando de encontrar únicamente los puntos de desacuerdo y de confrontación, y olvidando taimadamente lo obvio: los siglos de convivencia. Han sustituido esta obviedad por una supuesta confrontación permanente entre dos «naciones», de las cuales una de ellas, la vuestra, habría venido sufriendo tantas y tantas vejaciones e injusticias a lo largo de la historia, que habéis llegado a un punto de no retorno, de ¡basta ya! y de ruptura total con la pérfida .

Por poner un ejemplo reciente, en el manido ideario nacionalista abundan las referencias a la dictadura franquista, que de modo instintivo caracterizáis como espantosa, cruel y despiadada. Y habéis compartido con las denominadas «izquierdas» de y de las interpretaciones de dicho periodo, todas de la misma índole, tanto en el modo como en el fondo. Pero habéis rebasado un punto que debería considerarse inviolable: habéis llegado al extremo de impedir, de facto, cualquier atisbo de conciliación o entendimiento con ese periodo, afortunadamente lejano, de nuestra historia. Según estas interpretaciones, nada se puede decir, nada se puede matizar, añadir o comentar, si no es un esputo de asco, al referirnos a esa época. Rechazo rotundamente estos modos de actuar, tanto en el fondo como en el modo. Y pongo un ejemplo: la lección del nacionalismo nos dice que los idiomas vernáculos quedaron terminantemente prohibidos entre 1939 y 1975, y que su simple uso podía conducir directo a prisión. Sin embargo, hace años descubrí, casi por casualidad, que existía un premio de literatura en catalán, que por cierto ganó un escritor llamado Joan Sales en los años 60, por una novela que recomiendo a todas/os: Las últimas banderas. Escrita, por supuesto, en catalán, y traducida al castellano en su momento.

Pero nada de esto importa ya. Ni el más respetado congreso de sabios, historiadores, antropólogos, arqueólogos o filósofos os haría renegar de vuestra decisión. Quizá en un principio pudo combatirse tanta exageración, tanta verdad a medias y tanta mentira, pero ya es tarde. Mujeres y hombres, jóvenes y viejos, de vuestra tierra están cada vez más convencidos. Muchos de los más mayores ni lo están ni pueden estarlo (sería raro en un extremeño, murciano o andaluz), pero estos callan o hablan muy bajito, y las nuevas generaciones vienen pisando fuerte, con una opinión unánime, como no podía ser menos al estar en vuestras manos todos los resortes culturales y educativos que alimentan a las niñas y niños de . Lo raro sería lo contrario: que después de lustros y lustros de educación vueltos por completo de espaldas a , mostraran de adultos la más mínima simpatía hacia una bandera que les resulta tan ajena como la de Namibia.

La decisión está tomada, y no tiene sentido lamentarse por ello: os vais, rompéis e iniciáis un nuevo camino. Os deseo sinceramente suerte, a pesar de que todos sabemos que una de las motivaciones de vuestra ruptura es puramente mercantilista: pensáis, con razón, que estáis aportando proporcionalmente más que otras comunidades autónomas, que el resto del Estado es un lastre para vosotros y que vais a vivir mejor solos que en el marco general del Estado. No entro a discutir si la secesión supondrá automáticamente un mejoramiento general en las condiciones económicas de , pues hay unas cuantas incertidumbres. Y tampoco discuto que históricamente vuestra tierra ha gozado de un estatus económico algo superior a la media del Estado, por virtudes que únicamente cabe atribuir a vuestro pueblo: un cierto espíritu emprendedor, una buena visión comercial, un tejido empresarial sensato, una potente burguesía en algunas ciudades, etc. Pero no podéis negar que este afán por romper con los «atrasados del sur» tiene un componente de mezquindad. A este respecto, será difícil que encontréis simpatías, ni siquiera en vuestros socios izquierdistas del resto del Estado.

Será difícil que encontréis simpatías en el resto del Estado porque la economía del resto del país se resentirá inevitablemente cuando se produzca la secesión. No hay que olvidar que contribuye con una porción enorme del PIB total, que se acerca al 20 % (!). Inevitablemente surgirán graves tensiones, muy serias disensiones que aún están por aflorar, agrias disputas, enfrentamientos y malentendidos que se prolongarán muchos años. Entraremos en una nueva fase de falta de entendimiento y de comprensión mutuas. Una auténtica desgracia para todos, pero hemos de ser valientes y pensar en cómo podemos afrontarlo, en vez de lamentarnos por la pérdida inevitable. Hay que pensar en que casi siempre se pueden extraer lecciones provechosas de estos hitos históricos; otra cosa es que seamos capaces de entenderlas.

De nada servirán los torpes tejemanejes de los dos grandes partidos. El Partido Popular muestra una contumaz torpeza para encarar los retos de los diversos nacionalismos, es por completo incapaz de labrarse nuevas simpatías fuera de sus votantes y no parece que tenga, ahora en el Gobierno, la más remota idea de cómo encarar la situación. Y es que lo tienen difícil, porque el problema no tiene solución. Los populares tienen bien aprendida su lección, que repiten hasta la saciedad pues saben que es cierta: «La soberanía de la nación recae en todos sus ciudadanos.» Pero olvidan que los independentistas no se consideran parte de esa nación, sino solo de su exclusiva nación, donde sí desean, fervientemente, aplicar el principio de soberanía mencionado. Por su parte, el Partido Socialista lleva años embarcado en una aventura embriagadora, que ellos llaman federalismo, y tratan de convencerse y de convencer al electorado de que esa vía es la única solución para el nacionalismo. Pero los separatistas ya no lo pueden decir más claro: no quieren ser ni un lander alemán ni un estado norteamericano; quieren, lisa y llanamente, ser un país independiente. ¿Tan difícil es entender esto? Callan, no obstante, los socialistas; callan aunque saben que están en un atolladero ideológico de difícil solución.

De nada servirá tampoco cualquier ocurrencia o alternativa propuesta por el tercer partido, Izquierda Unida, que nos obsequia con su federalismo republicano y su histórico laissez faire, un «dejen hacer», en todo lo relativo al nacionalismo, pues se atribuyen una mayor capacidad de entendimiento de todas las «sensibilidades» que cohabitan en el espacio ibérico. Pero de nada ha servido ese «dejen hacer»: en unos pocos años, los herederos del PCE se han ido uniendo a las filas separatistas de un modo cada vez más claro. Es decir, su solución ha sido correr hacia adelante. Además, no debemos olvidar una bien conocida lección de historia contemporánea: el rotundo fracaso de los partidos comunistas europeos al tratar de detener la Primera Guerra Mundial, al tratar de evitar que los militantes franceses, prusianos, austriacos o ingleses se mataran entre sí; este fracaso puso en evidencia en 1914 que los nacionalismos tienen un tirón muy superior a los intereses de la clase trabajadora internacional. Del mismo modo, la gran torpeza de IU en estos años ha sido tratar de convencernos de que las distintas sensibilidades nacionales se pueden satisfacer en un marco común federal y de izquierdas. Con todos mis respetos: ¡pamplinas!

Los demás partidos no nacionalistas, algunos con buenas intenciones, son pequeños y su futura representación no parece que vaya a alterar el panorama político, con lo cual la trayectoria es clara y no tiene vuelta atrás. Cuatro valen más que dos, tanto en   como en o en Indonesia.

Así pues, la batalla parece perdida de este lado y ganada del vuestro. El pensamiento nacionalista, firmemente arraigado en buena parte de la población ya desde tiempos de Franco, ha venido creciendo lenta pero inexorablemente hasta llegar a la mayoría actual, que será abrumadora en los próximos lustros. Los partidos nacionalistas han sabido explotar inteligentemente esa curiosa mezcla de complejo de inferioridad y complejo de superioridad que caracteriza su ideología. Han sabido poner de su lado la opinión mayoritaria siempre que surgía, o surge, un pleito cualquiera entre su región y el resto del Estado, haciendo uso del agotador recurso al victimismo que ha hecho sentir a buena parte de la población como si fueran damnificados por mil y un agravios y crímenes terribles. El recurso al victimismo se viene utilizando en todas las regiones de desde que existen las Comunidades Autónomas, pero vosotros fuisteis pioneros y os habéis convertido en expertos en la materia.

Pero nada de esto importa ya. La ruptura es inevitable y casi definitiva. Como os decía, os deseo mucha suerte en vuestra nueva aventura, esta ya en solitario. Y es que es ineludible ponerse sentimental cuando se llega a este punto: estoy en deuda con tantas personas notables de vuestra tierra que el cariño es inevitable. Tantos y tantos escritores, músicos, pensadores... han contribuido de manera tan importante a nuestra cultura que la sensación que se tiene es rara cuando tratáis de monopolizar cualquier expresión literaria, artística, etc.,  que procede de vuestra tierra. Esa es una lección que tenéis pendiente de aprobar: reconocer que una canción de Serrat o una novela de Juan Marsé no son menos catalanas por emplear el castellano en vez del catalán. ¿Qué derecho tiene nadie a apropiarse de la suite Iberia de Isaac Albéniz o de las goyescas de Enrique Granados? Una buena parte de mi cultura procede de gentes que nacieron y vivieron en , y a ellas les debo mi forma de instalación en el mundo, ¡muchas gracias!

Para ir terminando, deciros que nuestros esfuerzos deben concentrarse a partir de ahora en salir adelante por nosotros mismos. No será fácil, se plantean muchos retos e interrogantes, y el principal de ellos es quizá saber situarse con un mínimo de dignidad en el nuevo panorama económico mundial, en el que se han trastocado muchos de los equilibrios de fuerzas tradicionales y han surgido otros nuevos. Para ello, debemos retomar la confianza en nosotros mismos y mirar al futuro con confianza, inteligencia y ganas de trabajar y de esforzarnos por mejorar.

Un ejemplo de confianza sería que las gentes de la capital de que tienen depositada su confianza en la principal caja de ahorros de decidieran dársela a la entidad financiera de la capital. Esto no ha sucedido así en los últimos veinte años; podríamos empezar por analizar por qué, y seguramente descubriríamos varias cosas interesantes: la delictiva gestión directiva de entidad capitalina comparada con la discreta gestión de la entidad autonómica; el pésimo y funcionarial trato que tradicionalmente ha sido característica de la primera comparado con un trato dinámico y «actual» de la segunda, etc.

Un ejemplo de esforzarnos por mejorar: el pésimo comportamiento ciudadano en muchos lugares de la profunda en materia de gestión de residuos: desde los hábitos incívicos generalizados de la población, que tira impunemente y por norma cualquier envoltorio o envase al suelo, hasta los vergonzantes y malolientes vertederos municipales que se desparraman por nuestra geografía sin ningún control, todos tenemos que aprender de las gentes, los pueblos y las ciudades de , por comparación un ejemplo de civismo y de cordura municipal.

Nada más. Solo falta pediros que, por favor, mostréis un poquito de humanidad hacia las mujeres, hombres, niñas y niños que, por increíble que os parezca, no comulgan con el ideario nacionalista en vuestra tierra. Aunque poco a poco se van convirtiendo en clara minoría, no por ello dejarán de existir de la noche a la mañana. Y seguirán oponiéndose, si bien débilmente, al devenir separatista de . En nombre de las libertades de expresión, manifestación y actuación que venís exigiendo al Gobierno central desde hace muchos años, estáis obligados a permitir las suyas, a tratar de entender ─no digo compartir─ sus posturas y a escucharles como a cualquier otro oponente político. Son tan homo sapiens como vosotros, ni más ni menos. Las declaraciones del entorno nacionalista que se refieren a la oposición no nacionalista son mezquinas y negacionistas, y ejemplo de cualquier cosa menos de concordia. Un poco de generosidad siempre viene bien, y será buena tanto para vosotros como para el conjunto de la sociedad. Gracias.