Olvidé demasiadas cosas. Descuidé otras tantas. Aplasté vísceras con dejadez, con desidia. Negligente, perforé esa piel casi con fruición hasta llegar a la herida sangrante. Reí a mandíbula batiente seguro de mi triunfo, tocado con la engañosa capa de la autosuficiencia y con la frágil máscara de la complacencia. Y todo esto lo hice mirando hacia otro lado, siempre hacia otro lado.
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.