miércoles, 29 de abril de 2020

Yo soy yo y mi tribu

Casado frente al espejo
Los y las dirigentes nacionalistas, de esas que se limitan a mirar el ombligo de su propia «congregación» con un olvido absoluto del resto del Universo, y que tanto abundan últimamente, son expertos en acuñar frases melodramáticas, del tipo «America first!!!», «Están ustedes practicando la eutanasia con España y sus españoles.», «Los catalanes merecen esto y aquello...», etc.

Cualquier persona sensata y con un mínimo de sensibilidad debería sentir firme repulsión al escuchar frases de este tipo. Creo que no hacen falta razones; es una simple cuestión de estética. Lo peliagudo es que personajes pertenecientes a partidos en teoría más «razonables» emitan con pasmosa frecuencia juicios casi tan aborrecibles.

Hace unos días escuchamos al líder del partido conservador decir algo así: «Señor Sánchez, está usted jugando con la salud de nuestros hijos, y con la salud de nuestros hijos no se juega, señor Sánchez.»

 ¿Qué quieres decir, Pablo? ¿Quieres decir que con la salud de tus hijos no se juega pero con la salud de mis hijos quizá sí se puede jugar? ¿Depende de mi DNI o de mi lugar de nacimiento? Si he nacido en Togo, ¿se puede jugar con la salud de mis hijos? Si carezco del documento oficial, ¿es excusable la irresponsabilidad del gobierno?

El partido conservador que aspira a gobernar presume (sin estridencias, no nos volvamos locas) de defender ciertos valores tradicionales, que son elevados a la categoría de culto por el partido que tienen a su derecha. El más notable de estos valores es el cristianismo. Ahora bien, ¿en qué versículo de las Sagradas Escrituras encuentran estos jóvenes dirigentes los mensajes y actitudes xenófobas, egoístas y patrioteras a que nos tienen tan acostumbrados?

Postdata: Por cierto, Pablo, imagino que las niñas quedan al margen de toda esta cuestión, pues en ningún momento las mencionaste. Dejémoslas, por ahora, en paz.

Sat Nam.

sábado, 11 de abril de 2020

Nuevo Mundo


En el maremagnum, por ahora siempre creciente, en que se halla sumida una buena parte del planeta, se escucha de pasada a alguien que dice: «Es una buena oportunidad para la introspección.»

Pero la introspección parece chiquitita, muy escasa, casi inapreciable si la comparamos con el desbocado bullicio de datos —audios, imágenes, textos, vídeos que están circulando en todas las direcciones posibles estos días.

Así pues, añado una nueva teoría conspirativa que trate de explicar el nuevo paradigma: el virus es un invento de corporaciones ocultas, quizá con el apoyo de algún estado (asiático o no), con estos fines: 
  • Adelantar la edad de adicción de la población a los dispositivos móviles, que de un plumazo se trasladará de la preadolescencia a la infancia (¿5, 6, 7 años?).
  • Fortalecer la ya preexistente adicción de la población juvenil y adulta, y hacer surgir la misma en el limitado sector de la población que aún se mantenía reacia.
  • Enganchar un nuevo sector de la población, la ancianidad (de 75 hasta los 110 años), a las «nuevas tecnologías».
Las niñas de seis años no volverán a tener instantes de aburrimiento, pues aprenderán a abrir la aplicación Zoom en cualquier dispositivo a su alcance (cada vez más y sin menos trabas) para hablar y ver a su amiga; los abuelos tampoco se darán cuenta de su soledad, pues utilizarán su dispositivo adaptado para hablar de croquetas, colitis o pastillas con sus nietas, hijos o amigas. Y, entre medias, el grueso de la población pensará que sigue disfrutando de las maravillas de la tecnología, parloteando, adquiriendo, consumiendo sin cesar, parloteando, chateando, valorando, parloteando, cacareando sin parar, sin descanso, sin alternativa analógica (¿para qué, por Dios, para qué necesitamos esas cosas del pasado?, pensarán).

Welcome to 5G!