En su ensayo La
Biblioteca de Babel (Ficciones,
1941), Borges idea una biblioteca formada por un número enorme de hexágonos. En
cada hexágono, cuatro de los lados están dedicados a albergar libros. En cada
lado hay cinco anaqueles que albergan un número no inconmensurable de
volúmenes, todos idénticos en forma y tamaño. Cada volumen consta de 410
páginas y en cada página hay 40 renglones. Es decir, cada libro tiene un total
de 1640 renglones.
Todos los libros se nutren exclusivamente de las 22 letras
naturales, el punto, la coma y el espacio. Estos caracteres podrían ser, por
poner un ejemplo, los siguientes (entre otras muchas posibilidades):
a b c d e
f g h i j k l m n ñ o p r s t u y . ,
más el espacio vacío.
Cada renglón está compuesto por una combinación cualquiera
de estos 25 caracteres alfabéticos. Puesto que cada renglón consta de 80
caracteres, las posibles combinaciones de los 25 caracteres alfabéticos
agrupados de 80 en 80 son enormes, pero no infinitas. Las reglas de la
combinatoria son claras:
Es decir, en cada renglón hay algo menos de setecientos mil
millones de posibles combinaciones. Barruntemos algunas de ellas:
gocémonos, amado, y
vámonos a ver en la espesura, al monte y al collado, do mana
Se nos cortó el verso de San Juan de la Cruz. Probemos otro:
gocémonos, amada, y
vámonos a ver en la espesura, al monte y al collado, do mana
En esta variante el objeto amoroso es femenino, un bonito
detalle. Otra variante:
gocétoros, amado, y
escolio termi en la espesura, lo monte e lu colmado, to rana
O bien,
imimemimioamimemiiioaiineminioiiimemiaioaaimemimioamimemimioaai.e.i.ioa.i.emimii
En total, setecientos mil millones de combinaciones. Podéis
probar con las que más os gusten.
Un poco más de matemáticas: puesto que en cada libro hay
1640 renglones, el número de combinaciones posibles, es decir, el número de libros que componen la
biblioteca borgiana de Babel es, ni más ni menos…
Este número es tan descomunal que es difícil que encontréis
una calculadora con un resultado distinto de infinito. Pero no es infinito, ni mucho menos.
Aquí se intuye la genialidad del autor: no se trata de algo imposible. La
construcción de la biblioteca sería laboriosa, muy laboriosa, pero en absoluto
imposible.
Lo sorprendente de todo esto es que la susodicha biblioteca
no solo alberga todos los libros, cartas, diarios, ensayos, poemas, etc., que hayan sido escritos en castellano o español, sino en
cualquier otro idioma europeo, americano, asiático, africano o de donde
imaginéis. Cualquier combinación de caracteres que se os ocurra, en el idioma
que sea, real o inventado (ya sea por Tolkien o por cualquier otra persona)
están contempladas en alguno de los volúmenes de la biblioteca de Borges.
Jajajaja… esto es sencillamente desternillante –un poco enloquecedor– y al
mismo tiempo muy estimulante.
(Nota para los muy
puntillosos: si pensáis en un idioma cuya fonética es mucho más rica,
pongamos por caso, que el castellano, no debéis recelar demasiado: bastaría con
insertar unas cuantas páginas al principio de cada libro, una codificación,
donde se especificaran esas posibilidades fonéticas no contempladas. Hay tantas
posibilidades con esos 25 caracteres que en absoluto son necesarios más; pensad
que en informática todo funciona a base de ceros
y unos.)
Borges indaga en el concepto de infinito, aplicado tanto al espacio como al tiempo: imaginad todas
las obras perdidas de Herodoto, de Euclides o de Epicuro, perdidas durante
tantos siglos. Todas ellas están en alguno de los volúmenes de la biblioteca.
Para obras de gran tamaño, como las de Herodoto, quizá necesitemos unos cuantos
volúmenes; pero todo está ahí, en orden y punto por punto. Imaginad a
continuación todas las obras que están por venir, todas esas maravillosas
novelas, ensayos, cartas apasionadas, artículos de prensa, libros de divulgación y de autoayuda,
efímeros o eternos... Todo, simplemente todo, está incluido en la biblioteca.
Las posibilidades son casi
infinitas. Pensad ahora en todas las posibles ediciones facsímiles de
cualquiera obra, presente, pasada o futura, imaginaria o real. En esa copia de tu relato favorito en
que la letra b de la tercera aparición de la palabra cascarrabias se transformó por un error de imprenta, o de otro
tipo, en una p, una t o una h. O en esa versión cutre, barata, que se vendía en
kioscos de barrio pobre, donde desaparecían párrafos enteros, o capítulos
enteros. Todas las versiones posibles, imaginadas y por imaginar, están en la
biblioteca. ¿No es desternillante?
Esta es una manera a un tiempo sencilla y compleja de hacer
transitar la literatura por el campo de la matemática y hasta de la metafísica. (Inciso: me encantaría un vis a vis entre Sheldon Cooper y Jorge
Luis Borges. Creo que el primero se sentiría fascinado por el ensayo del
segundo y seguro que algo aprenderían mutuamente.)
Pero además, Borges plantea el asunto de la “semiótica”. No
contento con las inalcanzables posibilidades que nos plantea la simple
combinatoria, da una vuelta de tuerca y plantea lo arbitrario que es
asignar un determinado sentido a cierta palabra. ¿Por qué «vaca» debe
significar un mamífero cuadrúpedo, y no «ordenador», «escozor» o «cualquiera»?
Acto seguido, nos cuenta que «algunos bibliotecarios sostienen que los libros
nada significan en sí». Esto es supremo, magnífico: Borges, con un par de
agallas, rebate el edificio completo de la literatura (y, más allá, de todo lo
escrito) y plantea su sentido relativo. ¿Por qué ha de tener más sentido un
soneto de Garcilaso que la sucesión repetida, pongamos por caso, de los tres caracteres
r, i y p?
No deja de ser un convencionalismo asignar valor al soneto y
menospreciar el discurso ripripripriprip…
¿Y si este último fuera la clave para entender el universo? ¿Y si fuera el
mantra eterno? Aún si no fuera este último el caso, ¿por qué no asignarle ese
valor? Jajajajaj…
Es absolutamente imperdible la imagen de las personas que,
conscientes de que en algún lugar de la biblioteca hay un libro defendiendo (vindicando) su valía, se entregan a la
quimérica tarea de encontrarlo. Otra imagen: la de aquellos humanos que juegan
a dioses tratando de componer, siguiendo las leyes del azar, el libro canónico, algo tan improbable como lo
anterior.
Aventuro que en Argentina o en otros sitios ya se deben
haber establecido paralelismos entre Internet y la biblioteca de Babel ideada
por Borges. Pero su libro fue escrito en 1941 (¿les suena la fecha?). Borges
conoce «distritos» donde los jóvenes se arrodillan ante los libros y besan con
barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Siento
escalofríos al pensar en esta imagen, porque cabe la posibilidad de que sea,
bien entrado el siglo XXI, más actual que en 1941.
Desde la casi total ignorancia de su obra, me atrevo a decir
que los grandes escritores, los enormes como Borges, son capaces de aprehender
detalles o aspectos del universo entero con cuatro pinceladas, o con un simple
ensayo.
Me encantaría conocer las opiniones que se hayan escrito
sobre este relato. Podéis imaginar que en algún lugar de la biblioteca están
todas ellas. Sería divertido hacer una excursión a la biblioteca con esas
personas, bien pertrechados para tratar de localizar el volumen o volúmenes
donde se encuentran todos ellos ordenados por fecha, desde
1941 hasta el presente. Eso sí, no deberíamos olvidar lo más importante: una
buena dosis de paciencia, ropa casual y calzado cómodo.