viernes, 29 de marzo de 2013

Las tonterías de Mel Gibson

Pienso que Mel Gibson es tonto. No digo «tonto, el pobre», porque de pobre debe tener muy poco. Pero, vaya, no le invitaría a cenar, por lo poco que sé de él.

Mel es un actor y director del país que creó el imperio del cine y hace películas al gusto de los consumidores de cine de masas. Hay muchos como él, pero el señor Gibson me parece de los peores.

Recientemente vi alguna escena de una película suya, Apocalypto, y me pareció tal sandez que estoy pensando solicitar al gobierno de EE. UU. que retire inmediatamente la película de circulación. No sé si se podrá...

Tantos y tantos norteamericanos tienen esa visión tan infantil, tan disneynizada de la historia que no puede menos que repugnar. Lo que hace la industria cinematográfica estándar norteamericana no son películas históricas, son cuentecitos infantiles imposibles en los que se repite una y otra vez hasta el agotamiento la dicotomía «buenos buenísimos-malos perversísimos»; la misma simpleza de siempre, vamos. Y todo bien aderezado con escenas espectaculares para que el espectador vaya recibiendo a buen ritmo sus dosis regulares de chute audiovisual. El cine se convierte así en una experiencia más parecida al consumo de estupefacientes que al arte.

Un buen ejemplo es este señor, creo que muy creyente de no sé qué religión filocristiana, padre de nosecuántos hijos, actor muy conocido y director de grandes producciones. Da igual que la película trate de las aventuras de un héroe escocés o mesoamericano, de un policía chalado o del mismísimo Jesucristo. Con todo se atreve este señor, y todo lo envuelve en su maquillaje de salsa de tomate y vísceras, eso sí, muy reales para que los escalofríos sean profundos y eficaces. La misma tontería de siempre, con distintos ropajes, eso sí.

¿Qué será lo siguiente, Mel? ¿Las andanzas de Marco Polo en versión sangrienta? ¿La vida de Julio César, la de Gengis Khan, la de Atila...? Da igual, haga lo que haga, ya sabemos cómo será el resultado: un videojuego más con mucho ruido, muchas tripas, mucha sangre y alguna muchacha sensible y tierna que nos muestra su bonito cuerpo parcial o totalmente. La novia del machote, claro. Porque la escena de lecho nunca falta: un poco de horizontalidad con buena música romántica que contrapesa la verticalidad brutal del resto.

Menos pistolas y más poesía, coño. Está a la vuelta de la esquina, no hacen falta millones de dólares. Basta con salir a la calle y aprender a ver con nuevos ojos lo que nos rodea. Lo demás es cafeína.

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Post datum
Sabemos que el modelo norteamericano de héroes-villanos en un mundo imperfecto pero que puede mejorarse (hasta convertirse incluso en un pseudo-paraíso) por la acción coordinada del bien contra el mal está entroncado en el modo de entender el mundo que tiene la cultura anglosajona del norte del Nuevo Mundo: su autocomplacencia, su espíritu mesiánico y la confianza en su infalibilidad son ingredientes principales. No estoy diciendo nada nuevo. Lo que pasa es que el modelo está agotado, lo quieran ver o no. Hace mucho que no da más de sí. Por ello, considero improrrogable su drástica eliminación. De lo contrario, la neurosis social colectiva seguirá extendiéndose hasta el punto de que esto llegue a parecer una procesión de zombies, al más puro estilo americano (como no podía ser menos).