Aforismos entrechocantes
- Multitudes en ocasiones enfervorizadas increpan,
embisten y agreden a los incautos políticos, sin percatarse de que la masa
madre de la que salen estos es la misma masa que forman dichas multitudes. No parecen
entender que cada pueblo tiene, más o menos, la clase política que bien merece.
No parecen percatarse de que, en palabras del jefe indio, quien escupe al político, se escupe a sí mismo.
- Ser bueno en circunstancias favorables tiene poco
o ningún mérito. Ser majos/as, simpáticos/as o agradables cuando la primavera sopla con suave brisa, el sol brilla
en ángulo perfecto y el huerto rinde sus frutos es algo casi inevitable. Lo
interesante, lo que debemos admirar, aplaudir y ponderar es la capacidad (propia
o ajena) de mantener estas virtudes cuando el dolor y el desengaño han hincado
el diente en nuestro cuello.
- Las/os usuarias/os de Internet acuden a la red
como acudían en tiempos de la Grecia clásica a las pitonisas: postrados
servilmente ante el nuevo dios Guguel, esperando
y exigiendo de él respuestas a todas
sus cuestiones. No se dan cuenta de que, para saber buscar, es preciso saber de lo que se está buscando. De
otro modo aceptaremos ciegamente lo que el nuevo dios nos diga, al carecer de referencias
externas. Una nueva superstición, internacionalizada, socialmente transversal,
multicultural y multiétnica está aquí, ya, entre nosotros.
- El mito del yo
inaccesible, tan arraigado, carece totalmente de fundamento. Las barreras
físicas y espirituales que plantamos entre nosotros y «la sociedad» son casi
siempre transparentes o, cuando menos, translúcidas. Nos esforzamos
denodadamente en esquivar las miradas y los análisis ajenos, y nos sentimos muy
ufanos de proteger nuestro yo, nuestro estupendo yo que solo nosotros creemos
conocer y comprender. Pero esto es rotundamente falso: nuestro interior es casi
siempre visible para cualquiera que quiera observarlo con detenimiento, interés
y un mínimo de cordura. Por mucho que nos esforcemos, mostraremos a los demás
quién somos en nuestras palabras (las que decimos y las que callamos), nuestros
actos y nuestros gestos. Nuestro yo no es solo —ni principalmente— lo que pensamos
sobre nosotros mismos, sino también —y muy importante— lo que somos para los
demás. Si somos incapaces de conciliar estos dos yoes, seremos incapaces de entendernos mínimamente.
- Está más que demostrada la capacidad de los honrados padres de familia «tradicionales» de talante conservador para asimilar, aceptar (con más o menos reservas) y asumir las travesuras ideológicas de sus hijas/os que corren en pos de los muchos ideales de libertades y sociedades perfectas. Falta por demostrar la capacidad de los honestos padres de familia «modernos» por aceptar, asumir (con más o menos sinceridad) y asimilar algunas de las muchas decisiones que puedan tomar sus hijos/as, como entrar en el convento, estudiar finanzas o hacerse militares.