domingo, 17 de mayo de 2015

Quizás

Te me mueres de casta y de sencilla.
Estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.

Yo te libé la flor de la mejilla
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso
se te cae deshojada y amarilla.

Hermosas palabras las de Miguel Hernández y perfecto encaje de unas con otras en su construcción del soneto perfecto. Triste su muerte en un calabozo frío, oscuro y rencoroso.

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Entre el "Conócete a ti mismo" de los griegos y "El yo no existe" budista parece interponerse un abismo que condena al fracaso todo posible entendimiento. Pero también podemos verlo de otro modo:

- Podría ser que el largo y trabajoso camino del conocimiento de uno/a mismo/a nos condujera al convencimiento de que el yo, efectivamente, no es más que una quimera. O bien,

- Podría suceder que la práctica de la disciplina budista, con su premisa radical de la inexistencia del yo, nos llevara a un conocimiento de "nosotros mismos", sea esto lo que sea, tan profundo y esencial como el de cualquier filósofo occidental.

Así que pudiera ser que lo que parece dispar e irreconciliable no fuera, como en tantas ocasiones, más que una manera distinta de llegar al mismo sitio.

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No es el amor. Es el rechazo del amor lo que, con gesto brutal, despiadado, nos aleja, nos desgaja, nos destituye.

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Los cachorros de mamífero, esas criaturitas tiernas, delicadas y frecuentemente peludas, muestran una dependencia total hacia sus progenitores y despiertan en estos, si son bien nacidos, sentimientos de protección, cuidado y cariño insustituibles. Literalmente insustituibles. Los cachorros saben por inteligencia cromosómica que nadie les cuidará mejor que sus progenitores. Y estos entienden también que sus cachorros no serán bien cuidados (o que incluso no serán cuidados en absoluto) si no están presentes. Fuente de amores mutuos y de mutuas irracionalidades. De mutuas satisfacciones y de alguna que otra angustia.

La dependencia de unas y la responsabilidad de otras es tan fuerte que transforma, obliga y empuja como ningún otro instinto o sentimiento.