Procuramos conseguir garantías fuera del ámbito de los electrodomésticos y el mobiliario. Miles de personas consideran como derecho inalienable la garantía de un sueldo, un puesto de trabajo, una seguridad. Pero creo que la vida real no funciona -o no debería funcionar- así. A mi entender, nadie debería garantizar, ni un ministra, ni una princesa, ni siquiera una periodista, los muy diversos «subsidios» que, bajo diversos pelajes, acampan por las diversas Andalucías de la economía española (rentas en forma de sueldos, vacaciones, atención médica excelente y universal, finiquitos extraordinarios, planes de empleo (¡!) rural, subsidios de desempleo, becas, institutos de cultura, ayudas al cine, etcétera, etcétera, etcétera...).
Nadie debería garantizar tantas cosas; si lo hacemos, actuamos como ingenuos consentidos: todas esas pretendidas «garantías» no son derechos o privilegios, son hitos alcanzados con mucho esfuerzo, físico e intelectual, a través de varios siglos.
Pero las palabras son volátiles y de poco sirven. Así que yo me limito a dar las gracias a Edison por su ingenio, esfuerzo y dedicación, y no olvido nunca que, al pulsar el interruptor:
- La bombilla se enciende (al menos por ahora) gracias a él y a varias generaciones sucesivas de científicos, ingenieros, técnicos, economistas, organizadores e incluso algún que otro político competente, cuyo trabajo acumulado me permite gozar de una delicada música de Schumann mientras escribo estas muy pedantes letras,
- la bombilla NO se enciende porque me lo garantice este o aquel, y, por último,
- el hecho de que se encienda la bombilla NO es un derecho inalienable que debo exigir, sino una suerte inmensa, casi un don. Y del mismo modo que mi bisabuelo pudo empezar a disfrutar sus ventajas, puede darse el caso -si falla algún eslabón de la compleja cadena de electrones- de que yo vea su desaparición. Porque no hay nada en mi número de DNI, por más que lo miro y remiro, que me garantice luz eléctrica hasta la muerte.