miércoles, 16 de abril de 2008

Animalitos


Somos animales, en ocasiones racionales. También somos vegetales, respiramos como las plantas y tomamos cosas del suelo para procesarlas. Vivimos rodeados, inmersos en un globo de vida, en un planeta multicolor y enmarañado, del que asoman pezuñas, pétalos, pestañas, ojos, ramaje, rocas, tierra... Tierra, nuestra madre tierra. Nuestra tierra es la madre, sin ninguna duda, una madre redonda y tetona, una madre ubicua e inabarcable que nos lleva cobijando siglos porque somos sus hijos. Sus hijos la adoran y la violan a un tiempo, la acarician y le clavan aguijones simultáneamente.

Ante la maquinaria metálica de los seres humanos de nada vale oponer argumentos. Porque la maquinaria humana somos nosotros, somos todos, y no podemos arrancar una parte de nosotros como si tal cosa. Los hechos tampoco sirven de mucho, a la vista está. Tras siglos de humanidad, la práctica totalidad del planeta ha sido reconvertido en algo asimilable, antropomorfo, lo cual nos tranquiliza en parte. Y seguimos con el proceso de domesticación, a marchas forzadas en los últimos años. Esta domesticación es la propia domesticación humana, y tampoco sirve de nada oponerse a ella, pues es parte de nosotros.

Hay, sin embargo, una fisura, una rendija de luz por la que quizá se encuentre la salvación. No es de índole práctica, ni técnica, ni racional. Es el sentido estético de afinidad con la naturaleza que llevamos incorporado junto a los demás, y que tiene mucho de visual, pero no es solo visual. Tengo esperanzas en él porque está presente incluso en las personas más tercas y obcecadas. Es el sentido que nos hace recular cuando, al cruzar un puente sobre el Rin, vemos los peces flotando en el agua; que nos obliga a mirar hacia otro lado cuando contemplamos el somier y los plásticos a modo de puerta en un huerto; que hace brotar en nosotros ese inequívoco sentimiento de atracción cuando, aterrados, vemos una pantera nebulosa cruzar la calle atestada de vehículos. Es, en suma, el que nos proporciona una inexplicable felicidad en los momentos de acercamiento a nuestra tierra y a sus habitantes.

Tengo fe en él porque no lo tengo ni en palabras ni en hechos. Creo que las cosas solo empezarán a cambiar cuando nos detengamos a comprender esa querencia que se abre camino entre miles de obstáculos. De otro modo seguiremos girando en espiral. Y en esa espiral seguiremos asfixiando a los armiños que, ajenos a nuestros afanes, solo tratan de vivir en paz.

8 comentarios:

  1. ¡Qué hermoso texto, Australino! Espero que ese sentido estético llegue a poder más que otras querencias del ser humano. Y que sea cuanto antes. Hoy por hoy, en muchas ocasiones, aún no pesa lo suficiente.

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  2. Mi opinión al respecto no es la políticamente correcta, así que mejor no diré nada.

    Una duda: ¿qué fue primero, el texto o la foto?

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  3. Gracias, Mecacholo, menos mal que tú me entiendes... :)

    Nata, creo que lo primero fue la idea de los orangutanes cercados por docenas de excavadoras con la intención de aclarar bosque y poder así cultivar, por ejemplo, remolacha para hacer bioetanol.

    La foto es muy bonita, creo yo. Pero es que los armiños son bonitos. O a mí me lo parecen.

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  4. A mí se me queda la misma cara con el Sr. Wonder. :)

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  5. Yo, como ya sabes, soy más bacalaero. Cuando me pongo la música que realmente me mola, empiezo a desplazarme lateralmente a pequeños saltos a un lado y otro, con el cuello tenso y los ojos desquiciados.

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  6. Pero qué bobo eres, de verdad. Aunque el movimiento es más bien como el los bailarines de Aplauso.

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  7. Australino: me recuerdas al Neng de Castefa.

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  8. No quería nombrarlo, pero he pensado en él, sí.

    Anda, que vaya ejemplos humanos vamos dando a cualquiera que le dé por ver un programa de la tele.

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