
A principios del siglo XVII, Galileo Galilei se encuentra envuelto en un largo y engorroso proceso del que solo consigue librarse declarando en contra de las leyes de la naturaleza. Sin embargo, Ío y Ganímedes se movían, y lo siguen haciendo, alrededor de Júpiter; la Luna, alrededor de la Tierra, y esta, junto con otros muchos, alrededor del Sol. A la gravitación universal no parecen importarle las cuitas de los habitantes de aquí abajo.
A comienzos del siglo XXI, los cuatro poderes (los tres consabidos más el mediático) tratan de convencer a la sociedad de que la clave de la solución al terrorismo etarra pasa ineludiblemente por una declaración de su brazo político en contra de los atentados. Sin embargo, los niños vascos siguen aprendiendo las directrices nacionalistas en sus ikastolas; los jóvenes vascos siguen percibiendo cuantiosas ayudas y subvenciones para mil y una actividades «culturales»; las instancias educativas siguen actuando en dirección centrífuga y muy bien planificada; la «normalización» lingüística prosigue con su tendencia arrolladora, y, por un proceso imparable que recuerda por su constancia e imbatibilidad a la ley gravitatoria, van cediéndose una tras otra las pocas atribuciones que aún conserva el Estado.
De nada le sirvió a don Bernardo (en la foto mostrando su incredulidad al espabilado astrónomo) obligar al Sr. Galilei a declarar en contra de las leyes planetarias. Como de nada sirve tratar de forzar unas declaraciones que resultarían por completo inertes, inútiles, ineficaces. Las leyes impepinables de la fragmentación del Estado español llevan en marcha muchos años ya y nada puede detenerlas, como tampoco puede detenerse el movimiento de la Tierra alrededor del Sol.